Ambigüedad y vaguedad como características del lenguaje
A.
AMBIGÜEDAD Y VAGUEDAD
La ambigüedad y la vaguedad se parecen en que ambas son
muestras de lenguaje impreciso. Sin embargo, hay una diferencia entre ellas.
Palabra o expresión ambigua es la que tiene más de un significado. Palabra o
expresión vaga es aquella cuyo significado no es claro. El lenguaje ambiguo nos
enfrenta a varios significados, entre los que no es fácil determinar el correcto.
La vaguedad nos enfrenta con la tarea de ir en búsqueda del significado. La
frase “¡Ese libro es tremendo!”, sería ambigua. “¡Qué libro!… ”, sería vaga.
La ambigüedad se debe a veces a la falta de un contexto
conocido. Pero una vez establecido éste, el significado se hace claro (“Le entregó
la carta” es una expresión ambigua hasta que sabemos que es el cartero el que
realiza la acción y no el mozo del restaurant). Distinto es el caso de las palabras
vagas, algunas de las cuales son siempre vagas, independientemente del contexto
en el cual se encuentran, porque su significado no es solamente indeterminado (la
definición de la palabra “rico”, por ejemplo, no establece cuánto dinero o bienes
debe tener una persona para ser calificada correctamente como una persona rica)
sino indefinidos.
En muchos casos la vaguedad no se debe a la falta de claridad
de la palabra o expresión, sino al uso que ha tenido en diferentes épocas (“fino”,
“elegante”, “grande”). Otras palabras son vagas porque han ido adquiriendo muchos
significados, por lo que han perdido la precisión que una vez tuvieron (“arte”,
“democracia”, “progreso”, “cultura”). Finalmente existen algunas palabras que son
a la vez ambiguas y vagas, como por ejemplo “artista”.
B.
VAGUEDAD
(La) falta de precisión en el significado (designación) de
una palabra se llama vaguedad: una palabra es vaga en la medida en que hay
casos (reales o imaginarios, poco importa) en los que su aplicabilidad es
dudosa; o, por decirlo en términos lógico-matemáticos, no es decidible sobre la
base de los datos preexistentes, y sólo puede resolverse a partir de una decisión
lingüística adicional. Si nos proponemos hacer una lista de palabras vagas,
probablemente tardaremos mucho: como la piedra de toque de la vaguedad consiste
en imaginar algún caso dudoso y la imaginación es inagotable, veremos que
prácticamente todas las palabras son vagas en alguna medida. Tomemos como ejemplo
una palabra bien conocida, como “libro”, que se refiere (más o menos, y aquí está
la dificultad) a un conjunto de muchas hojas impresas, encuadernadas juntas y
con cubierta. Y empecemos a imaginar problemas:
a)
¿Muchas hojas? ¿Cuántas? Un conjunto de dos hojas no sería llamado libro, pero,
claro está, dos hojas no son muchas. ¿Cinco hojas, entonces? ¿Diez? Doscientas hojas
pueden hacer un libro. ¿Y ciento cincuenta, ochenta, sesenta? Un conjunto de cincuenta
hojas ¿es un libro o un folleto? Si es un folleto, ¿qué tal si suponemos
cincuenta y cinco? Aquí llegaremos inexorablemente a algún número que nos parezca
dudoso.
b)
¿Impresas? En la Edad Media había libros escritos a mano. Claro que ésta también
es una forma de imprimir, en sentido amplio. ¿Y si es perforado en sistema Braille
para ciegos? ¿O sino todas las hojas están escritas, sino sólo la mitad? Además,
¿no existen también libros en blanco, donde las hojas están dispuestas para ser
llenadas por su dueño con un diario personal, por ejemplo?
c)
¿Encuadernadas? Esto no quiere decir necesariamente cosidas: hay libros en los que
las hojas van unidas con ganchos. Un conjunto de trescientas hojas con una
perforación en la esquina y unidas por un simple alambre ¿sería un libro? ¿Y si
las hojas estuviesen sueltas, pero debidamente numeradas y contenidas en un
estuche de cuero con el nombre de la obra en la cubierta?
d)
El requisito de llevar cubierta da lugar para reflexiones semejantes, que
dejaremos al lector imaginar por su cuenta.
El significado de las palabras, pues, suele presentarse –según
una clásica comparación– con una luz proyectada sobre una superficie. Habrá una
parte claramente iluminada en el centro, y en torno seguirá reinando la oscuridad.
Pero entre claridad y oscuridad habrá un cono de penumbra, en cuyo ámbito el objeto
iluminado será visible, aunque no con la misma facilidad. Del mismo modo, y
para cada palabra, existe un conjunto central de casos en los que el nombre resulta
aplicable: encajan sin dificultad en los criterios usuales, y estamos
habituados a aplicar el vocablo a tales situaciones.
Habrá un número infinito de casos (el entorno) a los que
no aplicaríamos la palabra en modo alguno. Pero existe también un cono de
vaguedad, donde nuestros criterios resultan insuficientes y los casos no pueden
resolverse sin criterios adicionales más precisos.
C. AMBIGÜEDAD
Si la designación de las palabras suele resultar insuficiente
en gran número de casos, la situación se complica cuando una palabra tiene dos
o más designaciones. La condición de una palabra con más de un significado se
llama polisemia o, más comúnmente ambigüedad. “Vela”, por ejemplo, puede
designar un cilindro de cera con un pabilo en su interior que sirve para iluminar,
un lienzo que se ata al mástil de una nave para aprovechar la fuerza del viento,
o bien la actitud de alguien que cuida a una persona o cosa durante la noche.
Desde luego, la ambigüedad de una palabra no constituye
una vacuna contra la vaguedad, sino que tiende a multiplicarla. Una palabra ambigua
puede ser vaga (y generalmente lo es) en cada una de sus distintas acepciones. En
el ejemplo ya apuntado, podríamos dudar sobre si una camisa, amarrada por un
náufrago al mástil de su improvisada balsa, es una vela; o si un cirio, habida cuenta
de su gran tamaño, puede ser llamado vela; o si corresponde decir que pasó la noche
en vela un juerguista que llega a su casa a las nueve de la mañana, borracho y
con una media de mujer colgando de un bolsillo.
La ambigüedad proviene muchas veces de la extensión de
un nombre a diversos aspectos o elementos de una misma situación. Así, por ejemplo,
llamamos corte al acto de cortar e incluso al filo de la herramienta con la que
cortamos. O tras veces la polisemia es un accidente en la evolución de las palabras
a partir de distintas etimologías: las acepciones de “corte” que acabamos de señalar
provienen del verbo latino curtare; pero el significado de “corte” como séquito
del rey, o como tribunal de justicia, proviene del latín cors, cortis, o
cohors, cohortis. Cada uno de estos vocablos evolucionó a su modo en el idioma
castellano y ambos coincidieron finalmente en la forma corte.
Pero la voluntad del hombre colabora también en la
producción de ambigüedades a través del lenguaje figurado. Así podemos dar a
alguien una mano sin necesidad de extender la diestra, correr un riesgo sin
pretender alcanzarlo y aclarar algún punto oscuro sin gastaren electricidad. El
colmo del lenguaje figurado es la metáfora, figura que parece decir una cosa para
que se entienda otra, creando entre ambas un sutil y acaso fugaz vínculo de
significado a la vez que sugiere vagas semejanzas.
La poesía está repleta de ejemplos de esta técnica lingüística
de la ambigüedad deliberada:
Las
piquetas de los gallos
cavan
buscando la aurora,
cuando
por el monte oscuro
baja
Soledad Montoya.
Cobre
amarillo su carne,
Huele
a caballo y a sombra.
Yunques
ahumados sus pechos,
gimen
canciones redondas.
Podríamos traducir los dos primeros versos como “los gallos
cantan al alba”; pero, si lo hiciéramos, el fantasma de Federico no nos daría tregua.
No porque tal traducción fuese incorrecta, sino porque la gracia del lenguaje poético
reside aquí en la metáfora, que, a la vez que implica que los gallos cantan al alba,
nos permite comparar su canto con el golpe de una piqueta sobre la tierra y
sugerir que el gallo busca deliberadamente el día mediante el canto como quien
cava en busca de un tesoro escondido. Un análisis semejante de los demás versos
puede quedar librado a la discreción del lector.
Planes y
Programas
Hermoso.
ResponderEliminarInteresante
ResponderEliminarBuen aporte a la confusión. Gracias.
ResponderEliminaresta muy bien el trabajo felicidades, solo lo que le adjuntaría es una conclusión y el trabajo quedaría perfecto, pero estuvo muy bien aportad me sirvió de mucha ayuda.
ResponderEliminarPuede haber vaguedad y ambigüedad en una misma frase?
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