domingo, 6 de noviembre de 2011

La nueva normativa de las conductas sexuales o la dificultad de poner en coherencia las experiencias íntimas


La nueva normativa de las conductas sexuales o la dificultad

de poner en coherencia las experiencias íntimas



Michel Bozon (INED)

18/02/04




Introducción



Si se quiere acceder a las principales características de una nueva normativa contemporánea de la conducta sexual, se debe descartar una primera interpretación: la idea, a menudo difundida, de que se habría producido una “revolución sexual” y que ésta habría contribuido –para bien o para mal- a levantar las obligaciones y las normas anteriores en materia de sexualidad1. Esta representación de los cambios y de la evolución normativa en los tres o cuatro últimos decenios no resiste un examen más profundo. A la manera de Michel Foucault en la prolongación de la crítica que desde 1976 hacía a “la hipótesis represiva”, (es decir, la idea común según la cual el único elemento que afectaría la manifestación de la sexualidad humana sería el grado de represión a la cual la pulsión sexual está sometida), se propone describir la transformación de los últimos decenios como el paso de una sexualidad construida por controles y disciplinas externas a los individuos a una sexualidad organizada por disciplinas internas. De manera paralela, se podría decir que uno de los efectos de la medicalización de la sexualidad -que ha progresado vivamente en ese período- es que los problemas del sujeto y de sus compromisos con la sexualidad han dejado de ser principalmente considerados como problemas morales, para ser interpretados como una cuestión de bienestar individual y social que dan cuenta de la noción de salud sexual (Giami, 2003), y de un comportamiento responsable. Más que de una emancipación, de una liberación o de una eliminación de las normas sociales, podríamos hablar de una individualización, ver una interiorización produciendo un desplazamiento y una profundización de las exigencias y de los controles sociales. Nuestro argumento es paralelo a aquel que da Ehrenberg (1998) cuando describe el ocaso histórico de la angustia neurótica que estaba ligada al conflicto del deseo en los interdictos sociales y de la emergencia contemporánea de la depresión característica de una sociedad que exige de los individuos un nivel elevado de autonomía. En un universo que no cesa de ser estructurado en profundidad por las desigualdades de sexo y clase, pero donde las normas en materia de sexualidad más que a desaparecer tendieron a proliferar, los individuos están ahora obligados a establecer ellos mismos -a pesar de la referencia pertinente- la coherencia de sus experiencias íntimas, pero continúan, sin embargo, siendo sometidos a juicios sociales estrictos, diferentes según la edad y según el hecho de ser hombres o mujeres.



Normas temporales


Un buen ejemplo del carácter complejo e incluso contradictorio de los cambios contemporáneos, es la manera en la cual las conductas sexuales son referidas a la temporalidad biográfica, que es un componente de la normatividad en un sentido amplio: ¿en qué momento podemos o debemos hacer tal o tal cosa?. Se puede paradojalmente defender la idea de una desaparición de los umbrales de edad y de una ampliación increíble de los posible que aquel de una normalización biográfica de la sexualidad.


Por un lado, la actividad sexual ya no es el atributo del individuo casado en edad de tener hijos, se produce un alargamiento de la vida sexual a edades tempranas y, por sobre todo, en edades avanzadas, de modo que existe un desarrollo cada vez menos lineal de las biografías sexuales en función de la edad. Ese proceso remite a una reorganización más general de las edades (que se manifiesta también, por ejemplo, en el desarrollo más complejo de las carreras profesionales), por motivo de la desestandarización de las transiciones y de los recorridos biográficos y del carácter cada vez más reversible de los pasos (hay por ejemplo mucho menos probabilidad de permanecer toda la vida en pareja con la misma persona o, guardando todas las proporciones, en el mismo empleo) o del aumento de la movilidad conyugal, (de lo cual se testimonia el crecimiento de la situación de monoparentalidad y de la recomposición familiar): la edad de un individuo es cada vez menos predictiva de su estatuto matrimonial (conviviente, casado, divorciado, casado en segundas nupcias, soltero) o de su estilo de actividad sexual y las transformaciones de las condiciones sociales del envejecimiento a lo largo de las generaciones que han favorecido la aspiración y el acceso a una actividad sexual prolongada.


No obstante, por otro lado, se observan fuertes signos de normalización. La entrada a la sexualidad adulta, en el sentido de la primera relación sexual, se produce hoy en un intervalo de tiempo cada vez más restringido, alrededor de la edad mediana, dos o tres años. Esta fuerte sincronización temporal de las primeras experiencias de la sexualidad se sustituye a la relativa dispersión de los comportamientos de antes, la existencia de grupos de pares, que juegan un rol más importante en la elaboración de las conductas adolescente y juvenil, contribuye a ese estrechamiento, al igual que la masificación escolar. Con ese efecto, las primeras experiencias se encuentran ahora concentradas hacia el término de la escolaridad secundaria. Igual volveremos a esto a propósito de la norma contraceptiva. Hay una normalización de la definición social de la buena edad para tener hijos, que califica como desviante los embarazos antes de los 25 años o después de los 40 años, incluso más temprano. Si la menopausia dejó de ser identificada con la interrupción de la actividad sexual para las mujeres, está cada vez más medicalizada con el desarrollo de los tratamientos hormonales substitutivos.


Con la evolución de la temporalidad biográfica de la sexualidad, se puede decir que hemos entrado en una sociedad donde reina una obligación difusa implícita de nunca interrumpir ni terminar con la actividad sexual (una obligación al sexo), cualesquiera sean nuestro estado de salud, nuestra edad, nuestro estatuto conyugal; aquellos que no tienen actividad sexual lo disimulan o lo justifican, esta exigencia de continuidad de la actividad sexual puede ser considerada como una novedad contemporánea.



Contexto social de la nueva normatividad



Numerosos cambios sociales han contribuido a la emergencia de una normatividad que ya no reposa más sobre la percepción de los actores de que existirían principios absolutos, intangibles, externos en los mismos.


La difusión de la anticoncepción médica hizo retroceder el peso de los embarazos no planificados, la desaparición de ese miedo y el hecho de que los nuevos métodos anticonceptivos estén puestos a disposición de las mujeres, permite la emergencia de nuevas formas de vivir la experiencia sexual. El feminismo y los movimientos de mujeres han contribuido a legitimar un discurso y una aspiración a la igualdad entre hombres y mujeres en todos los campos de la vida. La autoridad y la legitimidad moral de las generaciones adultas y de la institución familiar, por otra parte, han declinado en beneficio de una red de pares y amigos funcionando en un modo electivo y a la influencia mutua. El alargamiento general de la escolaridad contribuye al ocaso de la autoridad adulta, al mismo tiempo que reestructura y uniformiza la trayectoria de la juventud. El matrimonio institucional se ha visto fuertemente disminuido lo que, sin embargo, no equivale de ninguna manera a una desaparición -ni siquiera a un ocaso- de la aspiración a la pareja: los recorridos sexuales, afectivos y conyugales se complejizan y desestandarizan combinando cada vez más secuencia de vida conyugal y de vida sin pareja estable. Por otra parte, François De Singly muestra en “Libres Juntos: el individualismo en la vida común” (2001) que la esfera familiar está brindando un mayor margen de maniobra a sus miembros, en particular a los jóvenes y las mujeres, que han ganado una notable autonomía material en función de su participación creciente en el mercado de trabajo. Al mismo tiempo, la división sexual del trabajo doméstico y parental presenta una gran inmovilidad (Brousse, 1999), que contrasta con el ideal de igualdad entre los sexos. La idea de normalidad sexual ha sido removida con los debates alrededor del PACS (pareja civil registrada), el aumento de la visibilidad de la homosexualidad, la emergencia del tema de homoparentalidad. La medicalización de la sexualidad y de la vida en general han crecido fuertemente desde los años 1960 (Aïach, Delanoé, 1998) testimonian por ejemplo el desarrollo de los medicamentos (prozac, psicotropo, etc.), nombrado en los países anglosajones medicamento de “estilo vida” (lifestyle drugs), y la tendencia a la desaparición de la distinción entre efectos patológicos y efectos normales del envejecimiento. La epidemia de SIDA. cuya historia ha conocido ya muchas fases (especialmente con la llegada de los tratamientos en 1996) tuvo un cierto número de efectos sobre la manera en la cual la sexualidad era vivida, en particular en los jóvenes, los homosexuales y las personas con varias parejas. Las representaciones explícitas de la actividad sexual, han llegado a ser abundantes y mucho más diversas de lo que se dice a menudo (literatura, cine, Internet…) al punto que el consenso de larga data establecido sobre la diferencia entre erotismo y pornografía, ha sido cuestionado y se produce cada vez más frecuentemente exposiciones involuntarias a contenidos eróticos: afiches publicitarios, televisión. Aún cuando en nuestra sociedad se secularizan y declina la influencia de las instituciones que transmitían principios absolutos, las fuentes emisoras de información y de normas difusas en materia de sexualidad se multiplican, media, psicología vulgarizada, escuela, investigación, encuestas sobre sexualidad, campañas de prevención, literatura, etcétera. Todas estas fuentes tocan públicos diversos, pero su capacidad de imposición y control directo de los comportamientos son relativamente débiles en la medida en que no pueden ser asociadas a aparatos de control y sanción eficaces.


Proponemos explorar primero la evolución de las normas de funcionamiento interpersonal, en particular la nueva normatividad de la iniciación sexual; la transformación de la norma de fidelidad, así como la fuerza de los límites de la norma de reciprocidad en la sexualidad conyugal y la evolución de las relaciones homosexuales. En un segundo momento se abordará el funcionamiento intra psíquico de la sexualidad con la importancia que reviste el esfuerzo para conocerse y comprenderse y para intentar poner en forma coherente sus conductas. Dos nociones son utilizadas, la de reflexividad y la de orientación íntima propuesta en una de nuestras publicaciones recientes (Bozon, 2001a). De los conflictos o malos entendidos entre parejas, se han tomado como ejemplo los conflictos de orientación en materia de sexualidad. En tercer lugar, un punto está dedicada a la medicalización de la sexualidad y de sus efectos sobre la estructuración de las conductas. A partir de los ejemplos de la anticoncepción, de la prevención de SIDA y del viagra. En cuarto lugar, se examina, sin profundizar, algunos debates públicos recientes sobre la sexualidad, que pueden ser considerados como conflictos de normas, así como los debates de hace algunos años atrás sobre los contenidos de las campañas de prevención del SIDA o los debates más recientes sobre la prostitución. En conclusión, se aborda una característica frecuente de los discursos de la sexualidad en los últimos decenios del siglo XX que es el hecho que producen funciones contradictorias, lo que define particularmente bien la experiencia contemporánea de la sexualidad.



Los nuevos funcionamientos interpersonales de la sexualidad


Un buen ejemplo de la manera en la cual ha evolucionado la normatividad de la sexualidad en nuestras sociedades, es la transformación de los términos según los cuales la cuestión de la exclusividad sexual en la pareja está planteada, pero es conveniente contemplar también las reglas que gobiernan la entrada en la sexualidad adulta hoy, así es que más ampliamente el funcion amiento del intercambio sexual a lo largo de la duración de la pareja, y en otro campo la duración de las relaciones homosexuales.


Las normas de entrada a la sexualidad. De una moral de la retención a un ideal de la primera relación


En los años 1950 las mujeres en Francia hacían su debut sexual alrededor de los 21 años. Para la mayoría de ellas la iniciación sexual estaba ligada al matrimonio o a la esperanza de un matrimonio cercano (Bozon, 1991). Entrevistas realizadas con mujeres que han encontrado su futuro marido en esa época, muestran el precio acordado en ese entonces a lo largo de la frecuencia (que podría durar años), a la castidad y la capacidad de esperar, consideradas índice de la seriedad de la relación. A lo largo de ese largo período preconyugal, se aprendía, por una parte, a conocer y a medir el carácter de futuro marido. Así en 1959, Alain Girard en su encuesta sobre la elección de la pareja (Girard, 1964) podía incluir una pregunta sobre la actitud normativa en relación a la virginidad femenina (“¿En su opinión es muy importante, importante o sin importancia que una mujer joven se guarde hasta el matrimonio?”): la virginidad hasta el matrimonio fue considerada entonces como importante o muy importante por el 72% de las personas interrogadas. En la encuesta sobre la formación de las parejas realizadas en Ined, 25 años más tarde fue imposible retomar la misma pregunta puesto que los modos de entrada en la sexualidad y en la vida conyugal, se habían transformado (Bozon, Héran, 1987). Esta valorización moral de la retención, esta vigilancia social de los comportamientos y su aceptación práctica por las interesadas se sostenía ampliamente sobre el miedo a las consecuencias de un acto sexual, especialmente de un embarazo mal llegado, pudiendo conllevar una obligación de casarse con una persona que uno no hubiera realmente elegido. Hablando de esa época, las feministas han dicho que las mujeres hacían el amor “con el miedo en la guata”, miedo mucho menos vivido por los hombres. Con la difusión progresiva de la anticoncepción médica a partir de los años 70s, el miedo a las consecuencias se desvanece. Uno se puede preguntar cuáles son los efectos que la desaparición del temor ha producido sobre las normas de la sexualidad juvenil.


La reorganización profunda de las normas del paso a la sexualidad adulta en los últimos decenios, no constituye una liberación en el sentido estricto. Por cierto, la primera relación sexual ya no está ligada al matrimonio, que se ha transformado en un paso tardío y de todas maneras facultativo. Sin embargo, la temporalidad del paso al acto ahora está ligada, por una parte, a una norma del grupo de edad (el momento, o “todos los amigos lo hacen”) y, por otra parte, a una norma relacional. La primera relación interviene hoy día bastante tempranamente en la historia de una relación, poco tiempo después del encuentro es el primer momento de una pareja informal, es la experiencia de la sexualidad -y ya no la retención sexual- la que es considerada como productora de lazos o de vínculos o de conocimiento del otro y de sí mismo. Por otro lado, la entrada en la sexualidad hoy día está sometida a una potente obligación de protección, lo cual se testimonia en Francia por la casi desaparición en los años 90s de las primeras relaciones no protegidas, consideradas como desviantes o problemáticas. A la norma contraceptiva -de la cual volveremos a hablar a propósito de la medicalización- se agregó después de las campañas de prevención del SIDA, la norma del preservativo en la primera relación, que se ha impuesto en los primeros años (de 8% de primeras relaciones con preservativo en 1987 a 90% en 1997) y que no traduce otra cosa que un temor a la contaminación. La introducción del preservativo en el repertorio sexual juvenil crea un ritual reconocido que frente a la incertidumbre de esa fase de ensayo en el inicio de una relación, organiza y pone en lugar una actitud socialmente “responsable” en la relación sexual.



Típico de la recomposición de las normas que afectan la primera relación es la emergencia de un ideal de la primera relación, según la expresión utilizada por Le Gall et Le Van (1999), que traduce una interiorización y una sicologización de la expectativa social: en los relatos escritos de las primeras relaciones recogidas por los autores, en particular pero no solamente en los relatos femeninos, aparece la idea de que si la primera relación no se desarrolla en el seno de una relación amorosa elegida, puede conllevar remordimiento y consecuencias graves. Una primera relación conforme al ideal permitiría confirmar la capacidad del individuo a establecer una relación. El fracaso de la primera relación sexual en caso de imposibilidad de hacer de ella un acto creador de vínculo. Se encuentra aquí una versión transformada de la norma más antigua según la cual la primera relación debería hacerse con el hombre de su vida o con el marido. Esta norma está presente igualmente en los hombres pero al parecer tiene un poder menor y menos estructurante que en las mujeres: la expresión de remordimiento después de una relación que se ha desarrollado en forma precipitada con una pareja ocasional, es mucho más fuerte en las últimas, los primeros pudiendo declararse satisfechos en definitiva, de haber adquirido una experiencia individual, buena o mala, en materia de sexualidad. Son poco numerosos los varones que declaran o ven en la iniciación sexual sólo un aprendizaje práctico, pero en el temor muy difundido de no estar físicamente a la altura o no encontrar implícitamente esta importancia que dan al aspecto “técnico” de la primera experiencia sexual.


La fase de la vida que va desde la primera relación sexual al inicio de la vida conyugal (la fase de la sexualidad juvenil) continúa siendo evaluada socialmente de acuerdo a criterios que toman en cuenta de manera importante el sexo del individuo: así una joven cuya vida sexual incluye en esa etapa experiencias múltiples y breves, recibe fuertes sanciones de reputación, lo que no es el caso de los jóvenes en la misma situación.



La cuestión de la fidelidad conyugal



Hay una historia de la fidelidad conyugal así como hay una historia del amor o del deseo, el contenido se ha visto profundamente transformado aun cuando la palabra continúa siendo utilizada.


Si los cambios sexuales de los últimos decenios se resumen en un levantamiento de la dificultad que aprisionaba a la sexualidad (teoría de la liberación sexual) la referencia de los individuos y de la parejas a la normas de fidelidad sexual habría tenido lógicamente que retroceder. Sin embargo, lo que pasó fue lo contrario. Si en 1970 la mayoría de las mujeres en Francia -como de los hombres- declaraban que la infidelidad de un hombre casado era perdonable (expresión moral fuerte que se empleó entonces en la encuesta de Simon, primera encuesta realizada en Francia sobre los comportamientos sexuales), en 1992, según la encuesta ACSF (Análisis de los Comportamientos Sexuales en Francia), las mujeres, en su mayoría, ya no encontraban aceptable ese comportamiento (Simon et al., 1972 ; Bozon, 1998a, Spira, Bajos, 1993). Hay que notar que el vocabulario se ha laicizado, “aceptable” y no más “perdonable”. En Finlandia en le mismo período se observa la misma evolución con la diferencia de que, contrariamente a Francia, la actitud de los hombres ha acompañado a la de las mujeres. Una primera interpretación es que la autonomía creciente de las mujeres en la pareja y en la vida social, se manifiesta por una exigencia más grande en relación al funcionamiento conyugal, donde es más fácil para ella interrumpir una relación no satisfactoria. Pero se puede decir también que el contenido de la norma de fidelidad conyugal se ha transformado, la infidelidad es hoy día menos evaluada como una falta o un pecado (una trasgresión moral o una desviación social que traduce el término de adulterio) que es como un comportamiento criticable puesto que tiene consecuencias sobre el contrato conyugal.


Esta interpretación de la fidelidad como cláusula interna de un contrato, a veces implítio, ayuda a entender un cierto número de situaciones y de contradicciones, igual como el uso que esta hecho de la norma de exclusividad en nuestra sociedad oficialmente no polígama. Tomemos un ejemplo de Estados Unidos, más del 90% de los americanos sin gran cambio a lo largo del tiempo, consideran la relación extraconyugal como moralmente inaceptable , always wrong or almost always wrong, según el término ordinariamente utilizado en las encuestas, en los cuestionarios del país anglosajón. El término positivo que correspondería en un cuestionario fracófono a aceptable es never wrong (literalmente: jamás moralmente inaceptable). Sociólogos americanos han mostrado que ese lenguaje moral en un país donde existe una fuerte visibilidad de las religiones, produce automáticamente un fuerte nivel de desaprobación de la conducta examinada. Se obtiene totalmente otras respuestas cuando se interroga a los individuos sobre la situación que podrían hacer aceptable la relación extraconyugal, así la mitad de los hombres casados declaran encontrar legítima la situación de sexual deprivation (privación de la actividad sexual) (Glass and Wright, 1992 ; Bozon, 2001).


En las encuestas sobre los comportamientos sexuales en Bélgica, Jacques Marquet, Philippe Huynen et Alexis Ferrand (Population, 1997), se ha analizado las normas en materia de fidelidad conyugal y primero se mostró que más de un 90% de las personas interrogadas se declaraban favorables a un modelo de fidelidad conyugal estricto, pero según dos modalidades distinta, una mitad está ligada a la fidelidad para toda la vida, y otra mitad a la fidelidad a parejas sucesivas. No obstante, otras preguntas realizadas en la encuesta complejizan la interpretación que se puede hacer de esta adhesión, se preguntó “¿se puede amar a alguien y no serle fiel?” y, por otra parte, ¿“se puede estar enamorado de varias personas al mismo tiempo?”. Sin embargo, uno se da cuenta que incluso aquellos que adhieren al modelo aparentemente más estricto de fidelidad para toda la vida (y evidentemente aún más para la sexualidad sucesiva) admite en un caso sobre cuatro que se puede no ser fiel a alguien que uno ama, y en un caso sobre dos que uno puede estar enamorado de varias personas sin grandes diferencias según el sexo. Hay así una gran diferencia entre el reconocimiento y la adhesión al principio y la realidad de la situación práctica.


Un análisis realizado en Francia a partir de la encuesta ACSF hace aparecer que la condenación de la relación extraconyugal tiende a disminuir tanto para los hombres como para las mujeres cuando la duración de la pareja aumenta (Bozon, 1998b). La norma de fidelidad no tendría entonces el carácter de una norma absoluta, sino -en parte- el de una norma situacional menos centrada en las parejas que se pueden considerar como estabilizadas, mientras que permanece como esencial en las parejas que están iniciado su relación, en todos los casos es más fuertemente expresada por las mujeres.


En definitiva, se puede decir que la utilización y la evocación de la norma en la negociación conyugal muestran que se ha transformado en un instrumento de evaluación y de negociación de la relación. Tomemos una fuente literaria, en un relato que se puede calificar de autoficción, “El Amor”, novela de Camile Laurens (2003), dos miembros de una pareja se pelean ya que la mujer tiene un amante y su marido le hace el reproche, ella le responde que está mal ubicado para hacerle la lección y él responde;


“pero no es lo mismo, yo te amo, siempre te he amado, incluso cuando me acosté con otras mujeres era a ti quien te amaba, es tu culpa o a causa de ti las otras porque tú no me amas lo suficiente, amo a las mujeres, es verdad, pero es a ti que amo. Ella da dos pasos hacia él y le pregunta: qué llamas tú amar?” (Lamour roman, p.89)


La norma puede ser entonces discutida y las condiciones de su aplicación -o la suspensión de su aplicación- justificada.


A una norma comunitaria social y religiosa destinada a proteger la institución matrimonial como base del funcionamiento social, se ha sustituido, en un contexto cada vez mayor de gran autonomía de los miembros de una pareja, por una norma privada e interna que permite a los actores interpretar su comportamiento menos homogéneamente que la precedente, la nueva norma puede ser invocada o ignorada en función de situaciones e igualmente en función de orientación íntima y supuestamente en caso de crisis conyugal implica negociación y tomar en cuenta numerosos elementos contextuales y continua siendo más utilizada por las mujeres


Reciprocidad, conyugalidad, mantenimiento de un doble estándar sexual



En el seno de las relaciones conyugales, la norma de reciprocidad en la actividad sexual ha tomado una importancia mayor, ello es testimoniado en Francia por la creciente importancia de las prácticas sexuales simétricas, como las caricias, la masturbación mutua o las prácticas de sexualidad oral, así como el alargamiento de los preliminares (Bozon, 1998b). Esta voluntad de puesta en escena de un deseo compartido, inscribe la sexualidad en un movimiento general que valoriza en el plano normativo la comunicación y el compartir entre la pareja, ello coexiste con la afirmación del individualismo sexual, como lo testimonia por ejemplo el retroceso o la distancia a lo largo de las generaciones de las normas del orgasmo simultáneo. Ese reconocimiento de las diferencias de los ritmos sexuales, no significa un retroceso de la norma del derecho igualitario de cada uno al placer.


La reciprocidad, el compartir de la iniciativa y la variedad del repertorio sexual -muy marcadas en la sexualidad de la pareja naciente- declinan fuertemente en la fase ulterior de la vida de pareja, y el compromiso de los miembros de la pareja sigue vías divergentes, es así como en Finlandia, después de 10 años de vida de pareja, un 54% de los hombres dicen desear relaciones sexuales más frecuentes, mientras que sólo un 14% de las mujeres expresan el mismo deseo (Kontula, Haavio-Mannila, 1995). En Francia y en Finlandia el abanico de las técnicas sexuales utilizadas por los miembros de la pareja, disminuye con el tiempo y la comunicación de la pareja en el momento de las relaciones sexuales se reducen, especialmente los hombres hablan cada vez menos. Al mismo tiempo, la iniciativa y el deseo de tener relaciones sexuales son cada vez más percibidas en los hombres a medida que aumenta la duración de la vida conyugal.


La procreación es un umbral decisivo en ese paso de la pareja naciente “convergente” a la pareja estabilizada “divergente”. Y es dentro de la pareja con hijos menores pequeños que la diferencia entre la expectativa de los hombres y de las mujeres en materia de sexualidad, es más fuerte; el ritmo de actividad sexual cae fuertemente y incluso si se produce un ligero aumento cuando los niños crecen, nunca se alcanza el nivel inicial. Se establece una nueva división del trabajo, la mujer aparece como la pareja parental y el hombre como la pareja sexual, el iniciador de la relación. El deseo sexual femenino pasa a un segundo plano como si después de haber llegado a ser madre, la mujer podría permitirse jugar el segundo rol en la relación sexual. De una manera general, el paso a la parentalidad aparece como uno de los momentos de la historia de la pareja a (¿en?) la relación de género, después de una fase inicial más indiferenciada, caen hacia una diferenciación productora de inequidad, otro ejemplo es la evolución de la distribución del trabajo doméstico que se especializa fuertemente después del nacimiento de los niños (Brousse, 1999)


A pesar de las numerosas transformaciones que han afectado la situación de las mujeres en la familia y en la sociedad, la experiencia de la sexualidad ha sido profundamente marcada por los dobles estándares de sexo que estructuran las conductas a lo largo de la vida y la percepción que se tiene de ellas y que estigmatizan las “desviaciones”: es así como existe siempre una suspicacia en relación a las mujeres que tienen varias parejas, incluso sucesivamente (mujer fácil) o de aquellas que no tienen (mujeres incompletas o frustradas) Los hombres que tienen más de una pareja o los solteros no conocen esta desvalorización, mientras que los hombres son pensados como sujetos deseantes independientes, las mujeres siguen siendo vistas como objetos a poseer o como sujetos al deseo moderado. Es a las mujeres que les incumbe resolver las tensiones de la sexualidad, de ellas se espera que traten de estabilizar y regular el deseo de los hombres conteniéndolo en una relación amorosa o en una pareja. En las relaciones sexuales sus metas no sabrían ser sentimentales o conyugales. Revistas femeninas o masculinas y literatura de divulgación sicológica o sicoanalíticas, se han hecho portavoces de estas teorías de la estabilidad de las diferencias de interés y de normas entre hombres y mujeres y entran en resonancia con representaciones muy antigua de la naturaleza de los hombres y de las mujeres, ese doble estándar en materia de sexualidad está ligado más generalmente al inmovilismo de la división sexual de la vida doméstica y de la parentalidad así como a la rigidez de la distribución de roles en la esfera pública y profesional.


Dos cambios paralelos: la evolución de las actitudes en relación a la homosexualidad o frente a la homosexualidad, la interiorización por los homosexuales de nuevas normas.


En el transcurso de los años 80s se produjo una gran transformación en Francia frente a los homosexuales, mientras que al principio del decenio un tercio de los franceses estimaban que los homosexuales eran personas como los demás, esta actitud alcanzó a los dos tercio de la población al final del decenio (Lhomond, Michaels, 2000). Esta aceptación de la homosexualidad va a la par con el desarrollo de la promoción de dos modos de vida responsables en los homosexuales. Entre los homosexuales, el coqueteo, el juego de la seducción, y el frecuentar una red mayoritariamente homosexual, son elementos importantes del estilo de vida. Los años 80s marcan, con la epidemia del SIDA, la aparición de comportamiento de safer sex fuertemente recomendados por las redes en las cuales ellos participan: se trata esencialmente de usar preservativos y de dejar la penetración anal especialmente en la relación secundaria (las relaciones importantes siendo paradojalmente menos protegidas). Así se desarrolla la imagen del homosexual responsable cogestionador de la epidemia. Esa imagen y las ventajas que les son asociados, son cuestionadas cuando aparecen -después de la aparición de los tratamientos en 1996- comportamientos que los alejan de la norma del safer sex, ver que reivindican ese alejamiento hasta la no protección como aquello que se llama () que practican la penetración sin protección (Adam, Hauet, Caron, 2001).


El voto del PACS a fines de los años 1990 que instituye una forma de pareja civil registrada, abierta a las parejas del mismo sexo constituye un evento simbólico puesto que rompe el monopolio del matrimonio, incluso si se confiere derechos menos importantes que ese último y da un estatuto a los gays y lesbianas que practican la “pareja estable” (Borrillo, Fassin, Iacub, 1999 ; de Busscher, Thiaudière, 2000): A los homosexuales que valorizan menos la frecuentación de redes homosexuales y cuya vida privada se inscribe ampliamente en el marco de relaciones estables, se propone una forma de institucionalización de ese modo de vida que da otra imagen del homosexual responsable. Es de notar, sin embargo, que el PACS, al contrario del matrimonio no comprende la obligación de fidelidad, en las parejas homosexuales la cuestión de las reglas a aplicar en relación con otras parejas queda siempre un punto de negociación importante del punto de vista de la prevención del SIDA como el punto de vista de la relación.


Esta evolución social tiene sus límites, así la idea de que las parejas homosexuales puedan ser el marco eventual de la reproducción o de la educación de los niños, suscita numerosas resistencias y la persistencia de una homofobia espontánea que puede expresarse en la familia, en los grupos de pares así como en la forma de discriminación frente a los homosexuales en las empresas que contribuye a crear un marco específico en la construcción del sí mismo de los homosexuales que puede explicar la prevalencia importante de diversas formas de malestar psicológico (depresión, tentativa de suicidio; ver Verdier, Firdion, 2003).


El funcionamiento intra síquico. Reflexividad y orientación íntima


La nueva normatividad sexual reposa sobre el control interno elaborado en el seno de red de amigos y confidentes o directamente en la interacción entre los miembros de la pareja y puesto en obra interiorizado por los individuos.


Normatividad, reflexividad, demanda de interpretación dirigidas a la sexualidad


Los actores adoptan un actitud cada vez más reflexiva sobre sus conductas, lo que conlleva un aumento de demandas de significación y de interpretación dirigidas a la actividad sexual: esto puede así representar la continuidad de la pareja, la permanencia de un sí íntimo, la capacidad de seducir, una manifestación de poder social, una forma de resistencia al envejecimiento, un acto de pertenencia a una red, etc. El abanico de la significación posible es a priori sin límites, los medios de expresión a la disposición de los actores son de una gran diversidad, de este modo la continuidad de la pareja puede marcarse tanto por una actividad sexual regular, ritual y rutinaria o, inversamente, ponerse en escena la intermitencia de una sucesión de períodos de baja actividad y de momentos teatrales de reencuentros sexuales. Por otra parte, los actores son a menudo llevados, a fin de dar coherencia a sus experiencias, a referirse a parejas de significación potencialmente contradictoria como por ejemplo la búsqueda de continuidad en el cambio, o a la inversa, de renovación en la continuidad.


Un ejemplo del elevamiento de la reflexibidad en materia de sexualidad, es el desarrollo en Francia, en los años 1990 y 2000, de toda una corriente artística literaria y cinematográfica que pone en escena situaciones complejas en las cuales la sexualidad es concretamente reveladora de las dificultades de la construcción del sí mismo en una sociedad a la vez individualizada y jerarquizada (Catherine Breillat, Christine Angot, Annie Ernaux, Catherine Millet, Michel Houellebeq, Camille Laurens, Patrice Chéreau…) Estas obras, recibidas por una parte del público y de la crítica como pornográficas en el sentido peyorativo, hacen explotar una representación estereotipada de la sexualidad como actividad no problemática que bastaría develar (Bozon, 2001a et 2002b). Ellas interrogan las significaciones contradictorias que pueden estar presentes en las conductas o en las prácticas que podrían aparecer a priori de simple interpretación. Así Catherine Millet, en La vida sexual de Katrine M, describe prácticas de intercambio no como una pérdida de sí o como una experiencia de sobrepasar los límites, sino como una manera bastante simple de estar en permanencia en el centro de atención de todos, una suerte de narcisismo extremo.



Referencias bibliográficas



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1 Cette idée, sous-produit d’une vision vieillie de la sexualité (Bozon, 2002), apparaît dans de nombreux essais, très inégaux dans leur contenu. Pour quelques exemples, voir Bruckner et Finkielkraut (1977), Guillebaud (1998), Folscheid (2002), Badinter (2003). C’est également un topos de la représentation médiatique courante des évolutions de la sexualité.


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