viernes, 10 de mayo de 2013

Ser-a-la-muerte.


“SER-A-LA-MUERTE: Posibilidad de la existencia, en la perspectiva Heideggeriana”


La existencia y el ser...

son dos problemas que se implican recíprocamente, y es en esa conexión donde radica la importancia y originalidad específica de la temática Heideggeriana. La existencia del Hombre en el mundo, implica necesariamente su ser y la esencia de su ser, que es precisamente existir. Este ser un existente en vez de un ente, que es lo que hace que el ser humano difiera de todo lo otro que está en el mundo  – incluso en su relación con el mundo, como constituyéndose en y por el mundo y como constituyendo él mismo un mundo –, viene a constituir lo que tiene de central la temática “existencialista” del autor; poniendo la mirada en el modo de ser del Hombre en sus relaciones efectivas con lo circundante o con todo lo que constituye el mundo en el momento mismo en que está teniendo lugar, o bien, considerando al “ser-ahí” como “término medio” o en su “cotidianeidad”. Ese ser que en cada caso somos nosotros mismos, como dice Heidegger, posee como existenciario fundamental, la cura; nuestra vida es cura, en cuanto estamos entregados a nuestros propios medios, es decir, en cuando andamos curándonos de; lo que sucede cuando tenemos preocupación por nosotros mismos, cuando nos ocupamos por nosotros mismos. En este estado de efectividad o de “estar lanzado” al mundo – porque no hay que pensar en absoluto que nuestro existir depende o es producido por nosotros mismos, como si nuestro “ser-ahí” se presentara puro y sin necesidad del mundo –, se encuentra el análisis a el poder ser del Hombre; porque nuestra existencia es poder ser, es decir, no somos una realidad ya establecida ni menos independiente de nuestro “ser-ahí”, somos un proyecto, y nuestro existir es un proyecto, por el cual surgen diversas posibilidades para nuestra existencia. En este punto es donde los seres humanos ejercemos precisamente nuestro ser: siendo, y donde podemos escoger dentro de las diversas posibilidades que nos presenta la vida – curándonos de –, distinguiéndose aquí: la existencia auténtica y la inauténtica.



Las posibilidades de la existencia...

dependen de una elección, nosotros podemos decidir en nuestra relación con los entes intramundanos, el cómo vamos a enfrentar el mundo; al hacerlo, las opciones son: ganarnos o perdernos. Si nuestro ser lo entregamos a la autenticidad, nos elegimos, nos ganamos, nos hacemos cargo de lo que en verdad hace que cada uno de nosotros sea lo que es;  si lo entregamos a la inautenticidad,  nos perdemos.  Sin embargo, esta diferenciación no nos hace ni mejores ni peores, como seres humanos, en el plano moral. De hecho, estas maneras de ser en el mundo no guardan relación con ningún estereotipo ético ni menos religioso. Tampoco puede pensarse que ganarse es algo así como elegir “lo bueno”, y perderse algo así como escoger “lo malo”,  pues no hay nada más alejado de eso;  lo que debemos pensar, es que ganarse es escoger lo que realmente me siento llamado a ser y a hacer, es decir, obedecer al llamado vocacional, en sentido Jaspersiano, y perderse; no percibir aquel llamado o simplemente omitirlo, lo que generalmente hacemos cuando nos encontramos en relación directa y material con los otros seres que nos hacen frente en el mundo, ya que solemos interactuar basándonos en conceptos tan erróneos como los de la conveniencia, supervivencia, vergüenza, orgullo, etc..  Estos conceptos son lo que precisamente nos hacen más inauténticos, porque es precisamente huir de nuestra posibilidad más propia, caracterizada por la finitud material – si se quiere –.  En el proyecto que somos en cada caso nosotros mismos,  se encuentra el poder ser como carácter esencial, esto es,  que el “ser-ahí” puede efectivamente realizarse, como también fracasar, donde su ser puede hacerse inviable y manifestarse, incluso, con el suicidio.  El rasgo ontológico al cual nos hemos referido, es el que define al ser humano y lo hace diferente de cualquier otro ser, ya que se podría decir; que hay en nosotros mismos una sensación de nosotros mismos,  en cuanto a nuestro verdadero ser.   Esto es lo que cada uno tiene de  más propio, de más radical y de más cambiante,  lo que  Heidegger llama: Disposicionalidad. Ésta, es el modo originario de encontrarse y sentirse en el mundo, es una precomprensión del mundo; aquí, nos encontramos siendo. Gracias a esta disposicionalidad, se puede comprender porqué el “ser-ahí” no se presenta puro y su fundamental estructura de “ser-en-el-mundo”, ya que el Hombre no está encerrado en sí mismo, pues a él, le viene su ser, es decir, no hay un punto cero en el modo de ser del “ser-ahí”. Debemos entender entonces, que nuestra intencionalidad es:  ser en aperturidad y en facticidad, esto último es: lo que está resuelto de algún modo en el sentido de la vida, lo que ha sido y que nos ha sido entregado a nuestra responsabilidad, por ejemplo: nuestra corporeidad. El “ser-en-el-mundo” en el sentido de “término medio”, es de suyo una constante tentación a la caída, ya que se “aquieta” con el se del sentido común. Esta manera de ser del “ser-ahí” conlleva necesariamente una ocultación de su ser, en el momento mismo en el que se está ejerciendo, ya que la individualidad que caracteriza al “ser-ahí”, a ese ser que somos en cada caso nosotros mismos, se pierde entre el se, se pierde en el “uno”, estando en relación con los otros, es decir, al ser “uno” se pierde aquello que hace que su ser sea precisamente el que es, aquello que le es entregado y que le es relativo. El “ser-ahí” en el modo de la impropiedad, no es él mismo, sino “uno” y a lo sumo un “uno mismo”. El ser en el mundo, en el modo de la cotidianeidad es un  “ser con”,  con “los otros”.   El  “ser con”  es un ser   “uno con otros”. La cotidianidad (modo de ser regular e inmediato en la que nos encontramos), está regida por el “uno”, por el se, éste la determina. El se es todo, es nosotros, y es ninguno en particular. Está pensado sobre lo que llamamos autoridad: estado, costumbres, moral, etc. Por el se, se juzga y no se deja ser libremente al ser, es decir, no se deja que se encuentre como sí-mismo. El “uno” es el “ser uno con otros”, es decir, el “ser-ahí” está bajo el señorío del otro, pues ya no es él mismo. En el “uno” se representa todo el estado de la opinión pública, todo lo original es aplastado por él. En definitiva, es nadie determinado, es decir, cuando se está en el “uno”, el “ser-ahí” está en el “ser uno entre otros”. El ganarse o el perderse sólo lo hace existiendo,  ya que tal relación con su ser,  tal posibilidad,  es la existencia,  que es su esencia.   En esta existencia,  el  “ser-ahí” puede caer en las relaciones mundanas de tal manera que se pierda en el se;  este se,  quiere decir en términos generales; que el ser humano, al entrar tan profundamente en relaciones con los otros se llegue a confundir con ellos,  que no sea capaz de además de existir,  dirigir su existencia al poder ser.  El  “ser-ahí” se depara a sí mismo la posibilidad de perderse en el “uno”. Esta relación que tenemos con todo lo que no somos nosotros mismos en nuestra particularidad, hace en ocasiones desviar la mirada fuera de nuestro propio ser. Pero, nuestro ser se concreta en un mundo histórico y material, mundo en el cual se pueden desplegar todas las posibilidades de nuestra existencia, es decir, que podemos estar en el mundo tanto de manera auténtica como inauténtica. Sin embargo: ¿Cómo el Dasein en la cotidianidad media, inauténtica y de-yecta, pasa a la existencia auténtica? Reconociendo su posibilidad más propia.





















La muerte...

es la posibilidad más propia del ser humano, siendo el “ser-a-la-muerte” la condición de posibilidad de la existencia, es decir, si no fuésemos “seres-a-la muerte”, no seríamos poseedores de nuestra existencia ni menos de nuestra existencia auténtica. De hecho, la totalidad del “ser-ahí” estriba tanto en el “ser relativamente a la muerte” como en el carácter historicista del mundo. La muerte es la posibilidad de la imposibilidad de toda otra posibilidad de la existencia. El reconocimiento de la muerte como la posibilidad auténtica de nuestra existencia permite a los seres humanos acercarla, es decir, nuestro “ser relativo a la muerte” contiene dentro de sí la auténtica posibilidad, y al aceptarla como tal, nos hacemos libres y no nos aferramos a ilusiones que contradicen nuestro “ser finito”, en el sentido de un trasmundo, por ejemplo. Si lo pensáramos en términos vulgares podríamos comprender que desde el instante de nuestro nacimiento, estamos muriendo, es decir, que nuestro ser es relativo a la muerte y la muerte nos es relativa en cuanto constituye la posibilidad más cierta de nuestra existencia. De hecho, es importante considerar que morir es algo que también nos está entregado, no algo de lo cual se pueda prescindir, ya que es precisamente imprescindible; escoger ser  “relativo a la muerte” no es lo mismo que por ejemplo:  escoger qué decisión tomar en tal o cual  situación amorosa, ya que si alguno de nosotros decidiera estúpidamente no aceptar la posibilidad de la muerte, viviría siempre en una fantasía y lo más alejado posible de su relación interna.  Es de esta manera;  reconociéndonos y aceptándonos como  “seres a la muerte”,  que podemos obedecer a nuestra autenticidad y ganarnos, podemos considerarnos así, en un estado apropiado a nuestro ser más personal,  ya que la impropiedad estriba en la caída que huye ante la muerte,  y la propiedad en  “ser relativamente a la muerte”.  Pero:  ¿Qué llamado es al que debemos obedecer para llegar a  ser seres auténticos y  aceptarnos en  lo que nos encontramos siendo?.  Aquel llamado puede provenir de lo que se denomina “la voz de la conciencia”, que es un llamado silencioso, que anuncia una cierta culpabilidad originaria; es tan silencioso, que sólo se puede escuchar en la respuesta que ejerce mi ser. Tras esta voz, los seres humanos nos sentimos llamados a decidir y a observar esta decisión como respuesta. Sin embargo, la decisión que responde a la “voz de la conciencia” y que hace auténtico al Dasein, no significa únicamente asumir responsabilidades respecto de esta o aquella situación existencial, sino también significa anticipar la muerte. El reconocimiento del “ser-a-la-muerte”, nos permite poder asumir con responsabilidad nuestro ser y las decisiones respecto de los sucesos existenciales, ya que no estamos huyendo de la muerte, basándonos en utopías tales como la resurrección o la vida eterna. La decisión existencial de autenticidad o inautenticidad son modos diferentes de ser, que nos permiten hacernos o no cargo de aquello que somos en cada caso nosotros mismos. Nuestra estructura de “ser-en-el mundo” en el plano de la cotidianeidad y la materialidad, se presenta: por un lado como el estado en el cual podemos dar cuenta de lo que somos, ya que es eso lo que nos diferencia de otros seres, como las meras cosas, los útiles, los animales, etc.; que podemos relacionarnos con nuestro ser en una total autorreflexión, nosotros los seres humanos, somos los únicos que podemos dar cuenta de lo que nos encontramos siendo. Pero también, se presenta como la estructura que nos permite reconocernos auténticamente, en cuanto convivimos con nuestra posibilidad más propia: la muerte.

La muerte es no sólo la posibilidad más certera de nuestro ser, ella es más que finitud, un fenómeno fundamental de la existencia.






Sartre y otros autores...

también han considerado la muerte en relación con la existencia como un fenómeno fundamental y como posibilidad, aunque con algunas diferencias claves. Por ejemplo, en El Ser y La Nada, Sartre escribe: “El despertador que suena en la mañana, remite a la posibilidad de ir al trabajo, que es mi posibilidad. Pero, captar el llamado del despertador como llamado, es levantarse. El acto mismo de levantarse es tranquilizador, pues oculta la pregunta: ¿Es el trabajo mi posibilidad?, Y, en consecuencia, no me pone en condiciones de captar la posibilidad del quietismo, de la degeneración del trabajo y, en última instancia, de la degeneración del mundo, la posibilidad de la muerte”. Independiente del análisis que se puede hacer de este párrafo con relación a la conciencia intencional y otras ideas, se vislumbra la visión que el autor tiene del fenómeno “morir”.

Sartre concibe al hombre como aquel ente que es lo que no es y no es lo que es, es decir, “es” la no coincidencia consigo mismo. El autor nos va a decir que esta coincidencia llega atrasada hasta el momento de la muerte, cuando la existencia del para-sí se contrae en sí, y es plenamente lo que es. En definitiva, la posibilidad de la muerte se nos presenta como un momento en que definitivamente dejamos de ser para-sí, es decir, hombre plenamente humano (el hombre es lo que no es y no es lo que es) y, llegamos a ser en-sí, coincidimos con nosotros mismos y nos completamos. Sin embargo, aparece un problema que en ningún caso este escrito pretende solucionar: al morir se alcanza la plenitud, el en-sí, pero se pierde la conciencia, el para-sí (lo que se manifiesta como la búsqueda de sí en el proyecto vital, desde el sujeto), por ello; parece ser que la plenitud que se logra no es propiamente humana, ya que para Sartre, el para-sí siempre quiere y busca ser en-sí para-sí, en el fondo quiere ser Dios. Acá, al igual que en Jasper, parece haber una intuición de ser deficitario que tiende hacia la trascendencia. Entonces, en Sartre la muerte es la condición que logra la plenitud, pero al mismo tiempo, no es la más propiamente humana.

Para Fink, la única certeza absoluta es la muerte, el ser-a-la-muerte también es posibilidad y proyecto, ésta es la posibilidad de la imposibilidad. Es una posibilidad que es cancelación de todas las posibilidades existentivas. El paso previo del ser a la muerte, es el ser al fin; morir es una finalidad al modo de vocación, es decir, sin elección. La muerte es parte del hombre y su comportamiento. No se trata sólo de morir, sino de saber que se muere, el saber me libera.   Fink plantea que el eros se vincula con la muerte: el amor, como salir de sí-mismo al encuentro de otro, con lo que nos fundimos parcialmente y a raíz de lo cual nos transformamos; si la fusión fuera total implicaría la muerte. Con el amor y el erotismo en general, hay un impulso a salir de sí-mismo. Por ello, hay aquí en cierto modo un momento de la muerte.

Fink destaca que no solamente hay muerte propia sino también ajena. Esta última es la que establece otra relación entre la muerte y el  eros, pues sobre la base del eros, la última puede afectarnos tanto como la nuestra.





















BIBLIOGRAFÍA

El Ser y el Tiempo; Martin Heidegger. Fondo de Cultura Económica.

El Origen de la Obra de Arte, Arte y Poesía; Martin Heidegger. Fondo de Cultura Económica.

Introducción a Heidegger; Gianni Vattimo. Gedisa Editorial.

Introducción a El Ser y el Tiempo; José Gaos. Fondo de Cultura Económica.

Breve historia de la filosofía; Humberto Giannini. Editorial Universitaria.

Fenómenos fundamentales de la existencia humana; Eugen Fink. Traducción parcial de Cristóbal Holzaphel.

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