jueves, 16 de mayo de 2013

Pensamiento


Pensamiento

            El pensamiento es en términos generales la representación mental, el procesamiento, la organización, la construcción de conocimiento y de significado por parte del sujeto. Hay variadas y múltiples formas de pensar y tipos de pensamientos, siendo algunos de los más importantes para nuestra cultura los siguientes:

  1. Pensamiento automático: es un pensamiento ya incorporado por el sujeto, que no requiere mayor trabajo. Por ejemplo: la representación mental de amarrarse los zapatos.

  1. Fantasías: pensamientos con poco control por parte del sujeto, podríamos decir, que se manda sólo. Por ejemplo: de pronto descubro que estoy pensando asuntos muy descabellados.

  1. Imaginación: pensamiento creativo, inventivo, ampliado, pero con control. Por ejemplo: el pensamiento que se tiene al escribir un cuento.

  1. Pensamiento convergente: es aquel en que se piensan diversas alternativas y se elige, se prioriza entre ellas.

  1. Divergente: Donde se generan y aumentan alternatives.

  1. El reflexivo: Donde se medita, se analiza, se indaga, se busca profundizar. Se puede considerar el opuesto al automático. Requiere paciencia y constancia. Por ejemplo: el ejercicio filosófico.

  1. El de resolución de problemas: este es un procedimiento del pensar que agrupa o puede agrupar a la mayoría de los pensamientos antes mencionados. Está orientado a resolver diversas problemáticas de la vida, buscando alternativas de solución, escogiéndolas y evaluándolas,



domingo, 12 de mayo de 2013

Explorando la pregunta por el sentido


Universidad de Chile
Departamento de Pregrado
Cursos de Formación General
CFG: “La pregunta por el sentido”


Versión de: Holzapfel, Cristóbal. Explorando la pregunta por el sentido. Conferencia dictada en la Universidad de Concepción, Septiembre, 2004.


EXPLORANDO LA PREGUNTA POR EL SENTIDO[1]

CRISTOBAL HOLZAPFEL



1
                                                                     
            Cuando hablamos del sentido, lo que más nos toca es su componente existencial, especialmente en lo que atañe al sentido de la existencia, el sentido de estar aquí, de entrar y salir de esto que llamamos la vida. De este modo, el sentido nos pone directamente ante el enigma de la existencia, y revela con ello más que su componente existencial, su componente metafísico. Preguntarse por el sentido es, como veremos, preguntarse al mismo tiempo por el ser.
            Desde luego la pregunta por el sentido es la que todos nos hacemos y en distintos momentos ella se agudiza en mayor o menor grado. Y cabe reconocer que la agudización de esa pregunta se da particularmente en momentos de quiebre, extravío, angustia y desesperación. Al contrario, cuando nos encontramos en la plenitud del sentido, conformes, autosatisfechos, henchidos de entusiasmo y vitalidad, llenos de esperanzas y expectativas de logros y felicidad, la pregunta por el sentido más bien se opaca o se presenta de manera pálida.
            Ello nos lleva a reparar en el carácter ante todo dinámico que tiene el sentido existencial, como que no se trata en absoluto de algo que podamos asegurar a través de la fuerza de nuestras convicciones, nuestra fe o nuestras conquistas. Bien puede ser que estemos llenos de sentido por un tiempo prolongado, pero nada asegura que ello lo podamos simplemente mantener.
            El carácter dinámico del sentido existencial nos revela pues que el sentido es siempre y en todo momento algo que estamos ganando o perdiendo. En términos verbales, el sentido es de este modo afín al gerundio: estamos siempre en proceso de estarnos llenando o vaciando de sentido. Suele suceder que al iniciar la caminata a lo largo de una cuadra, vamos llenos de sentido, pero ya en la mitad comenzamos a vacilar, y hacia el final de la cuadra lo hemos perdido.
            Es cierto que en la medida que el sentido se muestra como proviniendo de lo que llamaremos ‘fuentes dispensadoras de sentido’, como pueden ser de distinta manera el amor, el saber, pero también la religión, la ciencia o el arte, podemos en cierto modo afianzar el sentido apoyándonos y hasta aferrándonos a alguna de ellas.
            Pero lo que se olvida en ello es que entonces no nos planteamos de veras la pregunta por el sentido y ya hemos encontrado la respuesta en un dios que se reveló, o simplemente en la responsabilidad y los compromisos que significan la dedicación a la ciencia, el arte, o tal vez la política o la propia filosofía.
            Lo que no se tiene en cuenta en ello es que la pregunta por el sentido es en rigor la pregunta por el sentido del sentido, vale decir, la pregunta que precisamente pregunta por el sentido propiamente tal, sin embarcarse de antemano en lo que para la gente en general y a lo largo de la historia vale como sentido, al recurrir, conciente o inconscientemente, a alguna fuente que lo dispensa, y gratuitamente, como el amor o el poder.
            Al hacerse la pregunta por el sentido de esta manera y con tal alcance, estamos de cara a uno de los característicos círculos hermenéuticos que aparecen siempre en las cuestiones últimas y radicales de la filosofía. Como veíamos, la pregunta en cuestión es en rigor la pregunta por el sentido del sentido, así como la pregunta por el fundamento de cuanto sucede, es también la pregunta por el fundamento que tendría ese fundamento. Si esto lo reconocemos como círculo hermenéutico, ello no significa ningún menoscabo, sino que se trata más bien de entrar en su ámbito, reconociendo que con ello estamos en los bordes del lenguaje y del pensamiento.
            A lo que atañe a ese ámbito – el sentido del sentido – lo llamamos ‘trasfondo’, y podemos observar como recién de cara a él, la pregunta por el sentido, si acaso lo hay o no lo hay, se vuelve álgida y radical.


2

            Mas, precisemos: cuando hablamos del sentido, esta palabra guarda relación principalmente con tres campos: semántico, existencial y ontológico. En el campo semántico el sentido es el significado de una palabra. En el campo existencial sentido puede tener una acción, una decisión, y otros. En el campo ontológico el sentido se presenta como vinculado con la razón suficiente de por qué es algo como es o sucede como sucede.
            En nuestra “pregunta por el sentido” abordaremos estos 3 campos.
            Relativamente a esto, corresponde arrancar de la siguiente afirmación: sentido lo hay para el hombre, lo cual no significa en absoluto asumir que él simplemente crea el sentido. Al respecto, cabe decir que en el sentido hay algo que construimos, pero también hay algo que se dona. A lo primero podemos llamarle “dotación”·y a lo segundo “donación” de sentido. Destaquemos desde ya que la dotación concierne especialmente a los dos primeros campos: semántico y existencial, y que la donación de sentido concierne al campo ontológico. Por una parte, podemos claramente reconocer que el hombre al hablar o escribir, como al actuar, dota de sentido a lo hablado, escrito o realizado. Esto es evidente y salta a la vista. Mas, la cuestión en verdad fascinante que queda abierta aquí es que de fondo haya una donación de sentido, del ser, del cosmos, de Dios, o simplemente en general de “lo Otro”, y que el hombre al dotar de sentido a algo, en verdad lo que está hace es “oír”, pispar, captar, intuir ese sentido que viene desde fuera.
            Por de pronto la íntima relación entre hombre y sentido, es que al hombre lo caracteriza una “actitud” que corresponde llamar “significadora” (y no “significativa”). Esta actitud se puede extender y llegar a ser además una “actitud simbolizadora” (y nuevamente habría que acotar aquí que no es “simbólica”). Visto de esta forma, el hombre no es un “animal simbólico”, sino en todo caso un “animal simbolizador”.
            El hombre se instala en el mundo de modo significador y simbolizador. De este modo tanto el árbol, el buen o mal tiempo, un programa económico, un acuerdo, un compromiso, y demás “significan” algo, pero también pueden simbolizar algo: el puente puede aludir a una unión, la noche sombría a nuestro estado anímico, todo lo cual se puede verter en un poema, u otra forma de arte.
            El sentido requiere en todo caso de una representación previa, que provenga de nuestras sensaciones, recuerdos o fantasías, y nuevamente cabe decir aquí que esas representaciones no son meras creaciones nuestras. En ellas, al igual que en el sentido, hay algo que se dona y algo que construimos.
            El nexo entre la actitud significadora y simbolizadora del hombre y los campos del sentido: semántico, existencial y ontológico, se explica además en función de que estamos radicalmente determinados por el lenguaje.


3

            En el campo existencial normalmente vivimos el sentido en relación a ciertos referentes en los que “encontramos sentido”, como el saber, el poder, el amor, y otros. Éstas son las que ya anticipábamos como “fuentes dispensadoras de sentido”. Mas, asociado con esto de inmediato cabe hacerse adicionalmente esta otra pregunta: si acaso esas fuentes no serían nada más que “pantallas” a las que nos aferramos, dado que al no presentársenos el sentido propiamente tal, nos refugiamos en ellas. Esta consideración exige que abordemos desde ya la cuestión del sentido en propiedad.
            La pregunta filosófica fundamental es entonces acerca de qué es el sentido propiamente tal del cual se nutrirían aquellas fuentes. Mas, ocurre que apenas intentamos avanzar en esta dirección, haciéndonos la pregunta por el sentido, nos quedamos atónitos, porque estamos como de cara a una enorme “X”, un enigma que nos envuelve y que se nos presenta como impenetrable. Más arriba llamábamos a esto ‘trasfondo’. Y, si bien algunas teorías del sentido, como las de Weischedel, Deleuze o Foucault[2] indiscutiblemente arrojan ciertas luces, sin embargo ellas nos dejan ante un “desde-dónde” o derechamente ante el sinsentido, en relación con nuestra pregunta.
            Por nuestra parte, tampoco es mucho más lo que podemos avanzar. No obstante ello, se pueden descubrir algunos aspectos relevantes en relación a tan intrincada cuestión:
            El primero ya lo destacamos al comienzo al hablar de un campo ontológico del sentido y que tiene que ver con una supuesta donación de él, en lo que nos podemos valer de la noción heideggeriana de una “donación del ser”, como que el ser es lo que simplemente “se da” (“es gibt”).
            A diferencia de lo que Weischedel desarrolla en su teoría del sentido, no se trata aquí de un mero “desde-dónde” (“Vonwoher”), todo pudiera tener como no tener sentido, lo que parece como algo pendular, pero con un péndulo similar al que señala el centro magnético de la Tierra, y que por lo tanto no se mueve hacia un lado o hacia el otro – el sentido o el sinsentido -, manteniéndose entonces justo en un punto medio. Pero tampoco se trata aquí de un supuesto sinsentido, vacío o hueco de sentido, al decir de Deleuze, como “código originario” o “estructura ausente”, como lo plantea Umberto Eco hacia fines de la obra del mismo nombre, o al modo de una episteme oculta que permitiría clasificar a animales tan radicalmente heterogéneos, como los que son: “a. pertenecientes al Emperador, b. embalsamados, c. amaestrados, d. lechones, e. sirenas, f. fabulosos, g. perros sueltos, h. incluidos en esta clasificación, i. que se agitan como locos, j. innumerables, k. dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l. etcétera, m. que acaban de romper el jarrón, n. que de lejos parecen moscas”, que Foucault toma de un texto de Borges (Foucault, op. cit., p. 1). Todo ello es de la mayor relevancia en cuanto al trasfondo, ya sea como “desde-dónde”, sin-sentido, o episteme oculta, mas, de momento se trata de tener en cuenta que el sentido se da y depende de nosotros hacerlo nuestro y permitir que nos oriente. Es por ello que en el campo ontológico del sentido, aquello que se muestra como su donación, tendría que complementarse con nuestra dotación. El agua fresca del río incita a bañarnos con el calor del verano, las manzanas del árbol incitan a que comamos alguna de ellas, el frío del invierno incita a que busquemos abrigo, el acecho de la serpiente a punto de atacarnos nos obliga a enfrentarla o arrancar, el techo roto de la casa nos induce a repararlo, la mirada de una mujer nos sugiere acercarnos a conocerla. El ser y todo lo que es en todo momento donan “sentido”, pero éste se constituye recién con nuestra correspondencia con él, con nuestra dotación.
            Pero, naturalmente sucede también que la catástrofe natural devastadora, el terremoto que no deja una casa en pie de la ciudad, o más todavía, el tsunami que provoca una ola que lleva a la muerte a todos los habitantes de una isla polinésica, corresponde a una especie de cese de la mentada donación de sentido, sobre todo cuando la consecuencia es simplemente devastación total y muerte.
            Ello nos enseña que, de modo similar también al ser heideggeriano, que no solamente se da, se dona, sino que también junto con revelarse, se retira, sin que, de acuerdo al ejemplo anterior, haya que asociar ese retiro con una catástrofe, ni mucho menos. No, se trata de que es consustancial al sentido el mentado retiro (retiro que es, más precisamente, del trasfondo), por cuanto en razón de que el sentido no se nos revela simplemente a cabalidad, es que recurrimos a lo que ya hemos llamado “fuentes dispensadoras de sentido”, las cuales pueden ser permanentes u ocasionales: estas últimas, como quien encuentra sentido en coleccionar estampillas; y las primeras, de acuerdo a las cuales encontramos sentido en el amor, el trabajo, el juego, y otras. 
            Aquellas fuentes permanentes las llamamos referenciales, por cuanto constituyen nuestros grandes referentes que nos orientan incesantemente en la existencia, tanto como individuos, como también en tanto humanidad desde tiempo inmemorial. Ciertamente de cultura en cultura éstas pueden cambiar, y desde luego hay notables diferencias culturales e históricas en cuanto a cuáles son las de mayor relevancia y determinación de la vida de un pueblo o sociedad.
            Las fuentes referenciales del sentido serían las siguientes: amor-lucha-dominio-trabajo-juego-saber-creatividad-muerte.
            Pero, hay que atender también a lo siguiente: por ejemplo, sin duda podemos reconocer que la religión es una tremenda fuente dispensadora de sentido, como también lo es el arte, la ciencia, la política, y otros,  y ellas revelan una duración histórica notable. Es más, claramente advertimos que el hombre configura, construye, proyecta el mundo sobre la base de estas fuentes del sentido: arte-técnica-ciencia-economía-derecho-política-moral-religión-filosofía. Pues bien, a ellas las llamaremos ‘fuentes programáticas del sentido’. Su duración cabría describirla como histórica, en cuanto a que ellas están sujetas al devenir histórico. Es por ello que son ‘fuentes programáticas durables’ dispensadoras de sentido. Por ejemplo, si bien la religión al parecer se remonta a un origen tan lejano que no podemos vislumbrar, y consiguientemente su duración se presenta al modo de la permanencia, sin embargo hay otras de estas fuentes, como la ciencia, que bien puede exhibir, y sobre todo desde la modernidad en adelante, una durabilidad notable, mas su permanencia es por estas razones visiblemente de índole histórica.
            Las fuentes programáticas reciben una orientación desde las fuentes referenciales, y lo mismo cabe decir desde las que llamábamos más arriba ‘fuentes ocasionales’ del sentido, que probablemente son aquellas con las que más tenemos que ver a diario. En efecto, está en juego aquí el sentido que podemos encontrarle a levantarnos temprano o tarde, a determinados juegos u otras distracciones, como el cine o la literatura. Salta a la vista respecto de ellas, en todo caso, que por muy ocasionales que ellas sean, bien puede suceder, como de hecho ocurre, que alguna o varias de estas fuentes, que llamamos “ocasionales” lleguen a ser para alguien en particular, algo de carácter permanente, como puede ser por ejemplo la dedicación al montañismo o un trabajo en particular. Es por ello que las fuentes ocasionales pueden llegar a ser las que podemos llamar ‘fuentes persistentes’ del sentido.
            En relación a la clasificación de distintas fuentes del sentido que proponemos, cabe destacar el carácter universal de las fuentes referenciales, el carácter histórico de las fuentes programáticas, y el carácter individual de las fuentes ocasionales o persistentes.
            Las universalidad de las fuentes referenciales - amor-lucha-dominio-trabajo-juego-saber-creatividad-muerte – revela precisamente los grandes referentes del sentido, y que en mayor o menor grado, con cierto énfasis en uno u otro, están siempre ahí y cumplen el papel predominante en relación con la orientación del hombre en su existencia.
            La historicidad de las fuentes programáticas - arte-técnica-ciencia-economía-derecho-política-moral-religión-filosofía - se revela en la proyección de mundo, realizada con apoyo en ellas, y como la mencionada proyección se va modificando de acuerdo al desarrollo histórico, las condiciones, necesidades y desafíos que se presentan en cada época.
            Corresponde agregar además que estas fuentes programáticas están supeditadas a las fuentes permanentes, referenciales y universales del sentido, y ello se explica en cuanto a que la proyección de mundo realizada sobre la base de las fuentes programáticas procura dar la mayor satisfacción a las demandas de sentido que provienen de las fuentes referenciales.
            Por otro lado, si las fuentes referenciales o programáticas conciernen a la humanidad o a la sociedad en su conjunto, con las especificidades propias de cada sociedad y comunidad en particular, las fuentes ocasionales o persistentes del sentido son patentemente individuales. Es más, en cierto modo la conformación de cada individuo con su personalidad, su modo de ser, su manera de relacionarse con cosas y personas, están en gran medida determinada por las fuentes ocasionales, y más que eso, por unas fuentes ocasionales que se han vuelto persistentes, y con las cuales nos atan vínculos y compromisos.
            Y también hay que reconocer aquí que estas fuentes ocasionales o persistentes del sentido reciben su orientación tanto de las fuentes programáticas y en último término por supuesto de las fuentes referenciales y universales.


4

            Mas, como decíamos, todas las fuentes del sentido, sean referenciales, programáticas, ocasionales o persistentes, pueden ser nada más que pantallas del enigma, del trasfondo que se oculta, un abismo tal que puede ser tanto el manantial que nutre las fuentes, pero también como una suerte de agujero negro que se traga y absorbe todo sentido de las fuentes, y desde luego absorbe también toda ilusión y expectativa que acompañe a las fuentes del sentido. El trasfondo pues incluye tanto el sentido como el sinsentido, y a su vez, el sentido estaría en cierta cercanía con el ser, como el sinsentido con la nada.
            Pero podemos preguntar al respecto: ¿Cuándo la nada es de veras nada? ¿Cuándo es un camino al ser, al modo de una vía negativa ontológica o teológica? ¿O cuándo es al modo de una nada que es total negación, que todo lo anonada? ¿Cuándo precisamente cada cosa, lo que hagamos o dejemos de hacer, lo que hemos sido, somos y seremos, cuando todo lo que parece tener importancia o alguna justificación, es arrastrado irremediablemente por la fuerza arrolladora de la negación? Como que entonces no hay teleología alguna o valor que justifique algo. Como que esta nada activamente anonadante es más poderosa que cualquier arma y si se trata en esto de la pérdida del sentido, y consiguientemente del sinsentido. La nada anonadante es también más poderosa que el absurdo, puesto que éste patentemente le da un sentido a cierta literatura y teatro. En cierto modo, el absurdo, y como bien lo destaca Deleuze, es la otra cara del sentido, como que incluso puede ser humorístico, como cuando alteramos nada más que un poco el sentido habitual de las cosas, como ver una película en cámara lenta o rápida; entonces todo se ve absurdo y hasta divertido. Pero la nada anonadante simplemente aniquila, pulveriza en su manto infinito de negación cualquier cosa que es, cree o quisiera ser algo.           


5

            Estando en las cercanías del trasfondo podemos ser inducidos a ver en ello que, cual manantial o gracia divina, nutre de sentido a las fuentes, o bien advertir tan sólo la sustracción total del sentido, o bien a suponer que en este último horizonte no hay sino un indiferente “desde dónde” todo pudiera tener como no tener sentido.
            Mas, por otro lado y al modo de una cuarta posibilidad, podemos estimar que justo ese carácter de sustracción de sentido nos empuja ya sea a la dotación, construcción y proyección de sentido, o a suponer que hay otras donaciones, como las que se dan en las fuentes, especialmente las de carácter permanente. Suele suceder que entonces nuestro estar, nuestro temple afectivo y anímico está caracterizado por la inquietud, el entusiasmo, la ansiedad, la euforia, y otros, que provocan tanto aquellas fuentes permanentes o durables, como, por su lado, las fuentes ocasionales de sentido.
            Sin embargo, claramente podemos reconocer la posibilidad de un estar que es el propio del mantenernos en la cercanía del trasfondo: éste es un “puro estar”, sin proyecciones, sin expectativas, sin recuerdos, sin deseos, sin fantasías. Éste es a la vez el estar apto para la meditación, y salta a la vista también su similitud con el tao.
            Ello nos permite sustraernos a cierto sesgo inevitablemente ilusorio, al modo de pantalla, que tienen las fuentes dispensadoras de sentido. Y lo cierto es que nos embarcamos hasta tal punto en las fuentes que olvidamos el trasfondo, el cual lo podemos pensar como ser, devenir, flujo, continuum, acontecer, plenitud, lo circumvalante, y otros, mas ante todo él es el trasfondo al cual le damos muchos nombres. Mas, él puede ser también el sentido, y al mismo tiempo el sinsentido. Simplemente no podemos saberlo.
            Podría decirse que en nuestras existencias provenimos de ese trasfondo, el cual, sin qué sepamos cómo, comienza posteriormente, y a lo largo de la mayor parte de nuestra cuota de tiempo en este mundo, a alimentar ciertas fuentes, y luego al final sucede que las vamos abandonando, y regresamos de este modo al trasfondo.
            Ahora bien, el carácter ilusorio que destacamos no le resta nada a la inclaudicable necesidad de las fuentes del sentido en la proyección de mundo: ¿qué duda cabe? Nuestra proyección de mundo está visiblemente orientada por ellas.
           

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            Mas, el estar en la cercanía del trasfondo, tal vez incluso a la vera de él, lo que sería posible en el “puro estar”, corresponde al mismo tiempo a una vivencia extrema, y lo es porque puede ser al modo del extravío que suscita el estar en relación con el sentido, pero también con la posibilidad del sin-sentido. Es más, en la experiencia aparejada al puro estar se hace presente la vecindad de la locura.
            Y ello se explica porque entre sentido y cordura, y entre sinsentido y locura hay cierta simetría, Podríamos decir que hay un sí-mismo que de algún modo está cobijado por el sentido y en particular por las fuentes dispensadoras de sentido, y de cara al sinsentido y a la nada hay claramente la posibilidad de la pérdida de ese sí-mismo, y si esto puede suceder de manera drástica como un quiebre tan devastador que impide el retorno, estamos ante el desvarío y la locura.
            Mas, antes de ese quiebre irreparable, sucede además que estando osadamente en la cercanía del trasfondo, se descubre un camino que se puede presentar como puerta de escape para quien se encuentra en la agonía de tener a la vista supuestas fuentes dispensadoras de sentido, pero que ya no lo convencen y no ejercen más una fuerza sugestiva sobre él. Más aún, aquél se hunde con su agon en esas fuentes, se hunde en sí mismo, se vive como ruina. Es como la experiencia terrible de caerse en sí mismo y sin tener dónde caer, ya que ese sí-mismo también está extraviado en la cercanía del trasfondo.
            Y él puede incluso querer esta vez caer de una vez por todas en sí mismo y no más en otro, que sería su paño de lagrimas, su enfermero, su nodriza. Pero, ese caer en sí, en un sí-mismo que precisamente no está, es caer en la nada, porque ninguna parte le puede acoger.
            Te quedas entonces sin asidero y sientes nada más que el desvalimiento y la desolación, lo yermo del mundo. Mas, te puedes llevar la sorpresa en ese estar alicaído que de pronto comienzas a apropiarte de tu entorno, de los árboles, de los perros que en tus caminatas de trasnoche te ladran como a un extraño. Es más, te apropias del mundo, aunque mejor sería decir que te haces uno con él. Sientes el ambiente, el aire, la humedad que hay en tu pelo, en tu cara, en tus barbas, incluso tu sentir navega por el espacio infinito, y todo se te aparece como un raro jardín o un bosque sombrío. Ahí estás tú en tu perdición, tu afirmación, tu juego, tu libertad, te sientes importante y baladí, bello y espantoso, inteligente y estúpido. Esto no es el “supremo sí” nietzscheano, porque es también no, es antinomia, es tesis y antítesis, afirmación y negación, vida y muerte, bendición y maldición, éxtasis y desesperación.
            Y en ese estado de torbellino en que todo te da vueltas ¿qué puedes hacer sino bailar por las calles nocturnas, dejándote llevar por tu mero capricho, y aunque sea éste el capricho de ser tan sólo “algo” para ti, que estás sumido y hundido en la nada.
            Pero luego quieres creer algo y adviertes que igual amas y que tal vez creer y amar son tu trampa, como que sigues viviendo eso a partir de subrepticias demandas de tu agon, de tu lucha.
            Mas, por otra parte, ¿dónde más, sino en ese creer y amar está tu salvación y en ello palpita el sentido? En eso viene a ocurrir que retrocedes ante el trasfondo, que era como el cráter de un volcán expeliendo gases venenosos y enseñándote en su cavidad la lava ardiente, comunicándote patentemente con ello que ahí no puedes, que ahí entra tan sólo el que salta y muere.
            Retrocedes pues de cara al trasfondo, se despierta el creer y amar, y ya se activan también parejamente las fuentes dispensadoras de sentido. En lo nocturno ya vez entonces lo diurno, las afanes del día, tu vestimenta, los zapatos que te abrochas, el café, te o mate con que arrancas en la mañana. Ya te ves caminando por las calles, perdido en la multitud. Vuelves a ser ciudadano.


7

            Lo anterior nos muestra cuán atados estamos a las fuentes dispensadoras de sentido, sean éstas permanentes, durables, ocasionales o persistentes. Como que el sentido casi lo vivimos únicamente en atención a las mencionadas fuentes.
            Veamos a continuación como se ubican estratégicamente las fuentes en relación con el trasfondo. Comencemos por las fuentes referenciales amor-lucha-dominio-trabajo-juego-saber-creatividad-muerte.
            Consideremos relativamente a esto que las palabras tienen una relación peculiar con su significado, en cuanto a que podemos ver esta relación al modo de una suerte de demanda de significado. Y la mencionada demanda se hace extensiva a su vez a determinadas acciones que ellas suponen; y si se trata de acciones, entran en consideración aquí sobre todo verbos, como, por ejemplo, la palabras ‘amar’, ‘confiar’, ‘espiar’. La ética del discurso de Habermas tiene en cuenta esta dimensión del lenguaje.
            Basándonos en este carácter del lenguaje, podemos advertir un alcance más amplio de la demanda de significado; podría decirse que entonces entra en juego no sólo lo que la palabra denota, sino que connota. De este modo, entre las fuentes referenciales, el amor demanda ser el sentido más pleno de la existencia. Así al menos en lo que atañe a la civilización occidental que se ha planetarizado. Ciertamente cabe hacer notar en cuanto a esta demanda de significado y de sentido que, debido a que ella sobrepasa con creces la denotación estricta de la palabra ‘amor’, ella no necesariamente se cumple en los hechos, y sería ingenuo pretender que efectivamente habríamos construido una civilización del amor, o algo por el estilo.
            Mas, cuando hablamos de sentido, y sobretodo en lo que concierne a su campo existencial, debemos tener presente que él es inseparable de una dimensión ideal, y ello se debe a que ante todo el propio hombre es en lo esencial también inseparable de esa dimensión. Y lo ideal despunta en primer lugar en el amor. En relación a la pregunta por el sentido, esto es a tal punto que el amor apela a ser el sentido pleno de la existencia (ésta sería al mismo tiempo su demanda), y se ubica estratégicamente por ello en una máxima cercanía del trasfondo, pero tan sólo, habría que precisar, de un costado de él. Esto se debe a que del mencionado trasfondo únicamente ve la donación sentido, al modo de un manantial que se derrama y alimenta su propia fuente, la que a su vez se derrama y alimenta a todas las otras fuentes referenciales, programáticas, ocasionales y persistentes del sentido.
            Ello puede darse de dos formas: 1.en cuanto a que relativamente al amor se lo concibe como de origen divino y justamente de una divinidad, en tanto manantial del sentido que se derrama como amor, y 2.en cuanto a se concibe al amor como siendo él mismo el manantial que alimenta a todas las otras fuentes.
            En verdad, entre las fuentes referenciales, la que está en la mayor cercanía del trasfondo y que lo considera como tal y en plenitud, es curiosamente la muerte. Ello se debe a que, por una parte, podemos vivenciar la muerte al modo de un memento mori, como sería lo propio de las religiones, y aunque se trate de una muerte al modo de un cese únicamente de “esta vida”. En la tradición occidental el memento mori se presenta de modo ejemplar en Sócrates, en el Fedón, y se continúa con el cristianismo, Dante, Goethe, Schopenhauer, Nietzsche, Rilke, Jaspers, Heidegger, por señalar sólo algunos hitos. Lo que hay en ello es una concepción de la vida como preparación a la muerte, lo que significa relativamente a nuestro tema – el sentido –, que la muerte se presenta como fuente dispensadora de sentido. Pero, al mismo tiempo, patentemente y de modo trágico es la que arrebata todo sentido; ella es como una escoba que barre con todas las fuentes, con desconsideración de su calidad, aun si son permanentes, durables o persistentes.
            En el otro extremo del trasfondo y en la mayor lejanía de él están las fuentes de lucha, dominio y trabajo. Al modo contrario del ideal, que refleja el amor, estas fuentes corresponden a lo real-concreto, como que se trata en ello de lo que se vincula con los poderes fácticos. Visto de esta forma, lucha-dominio-trabajo son lo más alejado del ideal, y sin embargo constituyen visiblemente los poderes configuradores de la historia y la cotidianidad. Sin embargo algo comparten estos extremos, en un lado el amor, y en el otro la lucha. El punto de encuentro entre ambos es en lo que se refiere a lo que o bien se impone sobre mí, como en la lucha, o lo que se apodera de mí, como es el amor. Mas, el amor supone de modo enfático una donación de sentido, en cuanto a que con él sucede que algo o alguien otro se apodera de mí, e induce a que “salga de mí mismo” a fundirme con eso “otro”, que puede ser una persona, lo divino, o el tema, como lo es para el artista; considerando aquí no únicamente al amor propiamente tal, sino al erotismo y sus amplias posibilidades.
            A diferencia del amor, la lucha es ante todo aquello en lo que estoy atrapado; se trata en ello de que soy partícipe de una fuerza cósmica, a saber de un conjunto de capacidades y habilidades que me ponen en disposición de luchar. Podríamos decir incluso que, entendido de esta manera, soy parte del determinismo universal, y no cabe otra posibilidad para mí, sino la del tener que luchar.
            Ciertamente sucede aquí, como en el amor, que soy parte de algo otro que en este caso más que apoderarse de mí, como en el amor, se impone sobre mí. Mas, en la lucha me encuentro desde siempre, entre nacimiento y muerte, bajo el régimen de esta imposición. El punto de encuentro entre ambos se completa en el hecho de que a partir de aquello que se impone o se apodera de mí, doto de sentido todo lo que hago. Y, sin embargo en el caso del amor es la donación de sentido lo decisivo, mientras que en el caso de la lucha no hay propiamente donación, sino imposición que, en principio está desprovista de la clarividencia del sentido. En cierto modo, la lucha me hace ser partícipe del determinismo universal al modo de una voluntad ciega que me determina precisamente a luchar.
            Pero la lucha no se limita a la mera sobrevivencia, a la lucha por la vida, sino que me puede impulsar a la vez a la conquista de los más grandes ideales. De este modo, la lucha se vincula por lo mismo con el heroísmo, y me puede conducir incluso hasta dar la vida por cierto ideal. Y, no obstante ello, no hay en ella donación de sentido. La lucha tiene así el carácter de un medio para la persecución y realización de metas e ideales, y el sentido de todo aquello lo recibe de otras fuentes, por de pronto del dominio, del trabajo, como en su elevación, especialmente del amor.
            Bien entendido pues, la lucha no es propiamente fuente dispensadora de sentido, salvo únicamente al modo de la dotación de sentido. Y esta dotación recibe, se entusiasma y se inspira en los sentidos que provienen de otras fuentes.
            Las consideraciones anteriores nos muestran que la lucha está íntimamente ligada al juego (que es otra de las fuentes referenciales del sentido), y especialmente a cierto tipo de juego, como es el juego de agon. En este precisamente lo que hacemos, así como en los deportes físicos o mentales, es poner en juego nuestras capacidades y destrezas, y que inevitablemente se enfrentan con las de los contendientes. Y el agon puede extremarse hasta el punto de amalgamarse y potenciarse (como un fenómeno de sinergia) con un juego de ilinx (de vértigo), de acuerdo al cual ponemos hasta la propia vida en juego (siguiendo en esto la clasificación de los juegos de Roger Caillois).[3]
            Mas, el juego agonal determina al mismo tiempo al mundo, la sociedad, e incluso el universo íntegro. Lo que comienza siendo un enfrentamiento ciego entre campos de fuerza en la naturaleza inorgánica, en la naturaleza orgánica, y especialmente en el mundo animal, con distintos grados de conciencia, se vuelve agon que procura su propia autoafirmación y dominio. Y es bajo la égida de este último – el dominio, como fuente dispensadora de sentido – que la lucha recibe su primera donación de sentido. Subsecuentemente las formas de dominio que adopta el agon estructuran y jerarquizan la sociedad de acuerdo a habilidades, pero también de acuerdo a supuestas prerrogativas y privilegios dados por la sangre, la raza, la clase social o el poder económico. Lo que resulta de esto es sobre todo el modo como se desarrolla el trabajo y especialmente la división del trabajo, por ejemplo, entre quienes realizan el trabajo físico necesario para la organización y la producción de bienes y servicios, y quienes pueden permitirse gracias a ello una vida dedicada en el mejor de los casos al ocio espiritual, el pensamiento, la creación artística o el seguir un credo religioso, o dedicada simplemente a disfrutar y distraerse. Mas, hay que considerar en ello que la división del trabajo no se da únicamente en la estructuración jerárquica de la sociedad, sino en cada individuo, por ejemplo, en cuanto a que parte de la formación de cada cual consiste en la relación entre instancias de mando, como es fundamentalmente la razón, e instancias de obediencia, como pueden ser deseos, instintos, pasiones, y, en general, todas las fuerzas más dependientes del cuerpo.
            Históricamente puede constatarse que si bien en toda una primera etapa el trabajo ha recibido su sentido desde el dominio, como fuente dispensadora de sentido, en una segunda etapa, en la que nos encontramos, especialmente desde el inicio de la revolución industrial en adelante, el trabajo pasa a ser por sí mismo una fuente dispensadora de sentido, hasta el punto de que nuestra sociedad se puede caracterizar ante todo como sociedad laboral.
            El saber es indudablemente también una fuente referencial del sentido, y en tanto tal está considerado aquí al modo del saber profundo, la sabiduría atendiendo a su origen más antiguo, como sabiduría incluso muy anterior al nacimiento de la ciencia, a saber, la sabiduría de las sociedades arcaicas. Esto nos hace ver que esta fuente referencial desde luego tiene conexiones con ciertas fuentes programáticas, como especialmente la ciencia, pero el saber como fuente referencial dista mucho de criterios del conocimiento comprometidos con la objetividad, criterios de validez de teorías, y otros.
            Nuevamente aquí se hace presente la distinción ente donación y dotación de sentido, por cuanto el saber como fuente referencial, en la medida que se liga con la intuición y la revelación (en términos fenomenológicos), se apoya por sobre todo en una donación de sentido, mientras que el saber en tanto conocimiento científico es fundamentalmente dotación.
            Es menester también señalar aquí que entre las fuentes referenciales el amor, a saber, el erotismo considerado en su mayor amplitud, el juego y el saber descollan más que nada por dos aspectos notables:
            1.Amor, juego, saber y muerte son las fuentes referenciales que más claramente determinan a las otras fuentes: lucha-dominio-trabajo-creatividad.
            El amor en cuanto sobre todo eleva las otras fuentes hacia el ideal de la realización de una humanidad y sociedad justa, solidaria y armónica.  
            El juego en cuanto le es propio lo que distintos filósofos del juego han destacado: su carácter del “como-si”, y esto quiere decir que por de pronto, por ejemplo, en todo deporte estamos concientes de que estamos jugando, por mucho que sintamos que en un partido determinado nos va la vida. Sobre todo en lo que más importa este carácter del como-si, como decíamos, es en lo relativo a las otras fuentes. Esto quiere decir, por ejemplo, que no se trata simplemente de dominar o trabajar, sino de hacerlo de tal manera “como-si” lo hiciéramos, y esto significa una toma de distancia respecto de todo lo que hacemos. Y lo mismo en cuanto a la lucha. Una lucha que no estuviera determinada por el componente lúdico del como-sí, sería algo brutal, una lucha a brazo partido, una lucha con uñas y dientes.
            En cuanto a la creatividad es manifiesto que el juego está íntimamente ligado con ella.
            El saber determina las otras fuentes en cuanto aporta profundidad y una más amplia perspectiva a todas ellas, y ante todo en primer lugar en cuanto a saber precisamente del sentido ligado al hecho de que trabajamos, jugamos o amamos.
            La muerte, como veíamos, al modo del memento mori, está claro que determina y habría que decir, sobre todo limita el alcance de todas las fuentes. Visto de esta forma, la muerte delimita por ejemplo al trabajo, el dominio e incluso al amor. En vistas de su presencia y su amenaza constante, ella le pone cotos a todo lo que hagamos, inspirados en cualquiera de las fuentes del sentido.
            2.Amor, juego y saber serían, por otra parte, las únicas fuentes que nos permiten insertarnos en el continuum, vale decir en el flujo. ¿Y qué es este continuum o flujo? Por ejemplo, la vida, el tiempo, la historia es un continuum, pero apenas pretendemos explicarlo, inevitablemente lo hacemos a través de discontinuidades como conceptos y palabras. En esto hay inevitablemente un desfase. Por ejemplo, en el caso del tiempo, decimos es pasado, presente y futuro, pero éstas son discontinuidades, y el tiempo es un continuum. Y lo mismo cabría decir de la vida o la historia.
            Por otra parte, el continuum, el flujo, no son sino otras palabras para llamar al ser, el devenir, el acontecer, y relativamente a la pregunta por el sentido, ello corresponde al trasfondo (que supone la posibilidad de un sentido último como la de su retiro).
            Esta precisión es relevante desde el momento en que se puede caer en la mal comprensión del trasfondo (y en cierto modo la propia palabra compele a ello) de entenderlo como algo aparte, en otro hemisferio. No, el trasfondo está en todo lo que hacemos, está las cosas mismas que nos rodean, en nuestros quehaceres diarios. Él palpita al modo de una latencia en cuanto sucede.
            Mas, de momento centrémonos en la palabra ‘continuum’. El pensador que nos lleva a pensar más a fondo la relación entre discontinuidad y continuidad, a nuestro juicio, es Bataille, a propósito de su concepción del erotismo. Se trata en el erotismo de que transgredimos los interdictos que protegen nuestras discontinuidades y las del otro a través de convicciones, principios y normas, insertándonos de este modo en el continuum.[4]
            En el caso del juego, según plantean de variadas formas distintos filósofos del juego como Huizinga, Caillois, Fink el juego es sin-finalidad, improductivo, o como dice Heidegger, es “sin por qué”. Y en este contexto Heidegger cita la siguiente sentencia de Goethe:
            "¿Cómo?, ¿cuándo? y ¿dónde? ¡Siguen callados los dioses! / Tú atente al porque y no preguntes: ¿por qué?".[5]
            Aquí se nos muestra lo mismo, a saber, que el porque atañe al continuum (el trasfondo), y que por lo tanto todo sucede simplemente porque sucede. El por qué esto o lo otro inevitablemente interrumpe al porque y ensaya explicaciones que nunca logran, ni con toda la ciencia del mundo, dar cuenta de él, y no solamente del universo-todo, sino de cada pormenor, por insignificante que sea, como explicar que esta gota de agua sea como es, o que alguien se ha sentado en el banco de una plaza.
            ¿Y el saber? Está claro que si él efectivamente alcanza las profundidades del ser, dado que éste es un continuum, flujo o trasfondo, tendría que lograr hacerse uno con él o al menos siquiera tocarlo.
            La creatividad está en una notoria cercanía con el erotismo de un lado y con el juego, del otro. El crear es así, por una parte, sin por qué (lo que explica que el artista no pueda decir por qué ha creado lo que ha creado), y, por otra parte, es un erótico salir de sí mismo, interrumpir su discontinuidad, yendo al encuentro con el tema (el paisaje, un cuerpo, un rostro, una figura onírica o conceptual). En cierto modo, el crear, podría decirse, acontece desde y hacia el continuum, mas requiere de discontinuidades (materiales, tela, instrumentos, y otros) para expresarse y suscitar la inserción en el continuum.
            La muerte, por su parte, como ha sido visto por numerosos filósofos, está en una máxima cercanía con el amor o el erotismo; así también lo ve Bataille. Justamente en la posibilidad de la disolución completa de nuestra discontinuidad late la muerte; y en cierto modo el erotismo es el anhelo de esa disolución, pero, como, señala también nuestro autor, sin franquear el paso, sin traspasar ese límite.
            Por todo lo dicho más arriba, las fuentes permanentes referenciales y universales del sentido que están en una mayor cercanía con el trasfondo son las mencionadas: amor-juego-saber-creatividad-muerte. En ellas destaca por sobre todo la donación de sentido, como al mismo tiempo su retiro o sustracción, como en particular, en el caso de la muerte.
            En el otro lado, las fuentes más alejadas del trasfondo son lucha-dominio-trabajo, y en ellas destaca por sobre todo la dotación de sentido.
            Y ello significa a la vez que las primeras son las que nos mantienen más cercanos al sentido propiamente tal, precisamente en cuanto se dona, mientras que las segundas conllevan una inevitable carga de arbitrariedad y relatividad, y son las que más pueden extraviar al hombre, como de hecho sucede por lo demás.




8

            Entre los aspectos más destacables de la teoría del sentido desarrollada por Wilhelm Weischedel en El dios de los filósofos (op. cit.), cabe mencionar, en relación a lo aquí nos interesa, por lo menos los siguientes: que lo universal le da sentido a lo particular, y que, a partir de ello, se constituyen “cadenas de sentido”. Ello sucede tanto en el campo existencial como en el campo semántico del sentido. Así la acción de César de cruzar el Rubicón tiene sentido de acuerdo a su estrategia política y militar, y ésta de acuerdo a la historia de Roma, y así sucesivamente. Lo mismo una palabra tiene sentido dentro de un verso de Goethe, y éste dentro de un poema, como el mencionado poema dentro de la poética de Goethe en su conjunto, y así sucesivamente.
            Lo anterior nos muestra que el universal propio del sentido es siempre relativo y gradual, ya que lo universal, como la estrategia política y militar de César se presenta nuevamente como una instancia particular, si nos preguntamos por el sentido de ella, el cual lo tendríamos que encontrar en la historia de Roma.
            El sentido pues para Weischedel se presenta en cadenas (Sinnketten) que van de lo más particular, como una acción determinada – supongamos: ir a comprar el pan por la mañana, hasta lo más universal. Relativamente a esto último – lo máximamente universal – llegamos a lo que hemos llamado el trasfondo, y que Weischedel llama simplemente el “desde dónde” (“Vonwoher”). 
            Relativamente a esta ultimidad del “desde dónde”, de lo dicho más arriba se desprende que el trasfondo supone diferencias importantes en cuanto a que las distintas fuentes del sentido se vinculan con él de varias maneras. Sólo la muerte sería la que lo ve en su doble carácter de “sentido – sin-sentido”, pero igual con la característica de que todo lo que pretende arrogarse un sentido, la muerte barre con él.
            Y ya hemos analizado además las variadas maneras, y en cierto modo, aptitudes de hacerse uno con el continuum y el trasfondo, como es el caso del amor, el juego, el saber y la creatividad.
            Desde la concepción de las fuentes del sentido podemos reconocer que las cadenas de sentido se aplican a ellas, y por de pronto ello sucede a partir de cierto eje que corresponde al siguiente orden: ciertas fuentes ocasionales se vuelven fuentes persistentes, y éstas remiten a fuentes programáticas, las cuales, remiten a fuentes referenciales, y cabe aun la posibilidad de que en ciertos momentos privilegiados, iluminados o sombríos, nos abramos a la remisión de estas últimas al trasfondo.
            Y desde luego sucede que parte de ese orden es que cada uno de los tipos de fuentes se estructure y jerarquice en sí mismo. Entre las fuentes ocasionales hay sin duda unas hacia las que tenemos cierta inclinación, porque tenemos una mayor afinidad con ellas. En gran medida nuestra constitución identitaria con su sello más individual corre por aquí: por los gustos, las propensiones, y todo lo que más poderosamente nos impresiona, y que en cuanto a someternos a ellas, analizamos aquello con cierto criterio crítico. A partir de ello se constituyen esas fuentes ocasionales en persistentes, las que nuevamente se estructuran de manera jerárquica.
            Por su parte, las fuentes programáticas las encontramos desde ya en nuestro entorno social y mundanal. Ellas ya están estructuradas jerárquicamente, aunque esa jerarquía es parte del agon incesante que se despliega en el mundo: ¿quién lleva el rumbo del mundo: la política, la economía, la técnica, la ciencia, o tal vez debería ser la ética, la religión, la filosofía o incluso – por qué no – el arte?
            De modo similar sucede con las fuentes referenciales permanentes y universales. Justamente porque su jerarquía está siempre en debate, y ésa es su incidencia en la historia, ya que se trata precisamente de que amor-lucha-dominio-trabajo-juego-saber-creatividad-muerte actúan y transforman el mundo, pero lo hacen desde un plano de universalidad y permanencia. En relación con la pregunta por el sentido, esto se debe a que están, en su conjunto, en la mayor cercanía del sentido. Diríamos incluso que para la humanidad constituyen sus arcanos, su tesoro más preciado, el cual, si se pierde, se contamina o se pudre trae esto consigo una perdición del hombre.
            Hasta aquí atendemos a lo que sería una posible armonía al interior de cada uno de los tipos de fuentes, y de esos tipos entre sí. Pero, si ajustamos más nuestra lupa, observamos que el mundo está siempre tensionado, precisamente porque esa tensión se desata al interior de todas las fuentes.
           

9

Pero el asunto es que no solamente nos determina una cadena de sentidos, sino múltiples. Si alguien le pregunta a otro acerca del motivo de levantarse temprano un domingo por la mañana. Desde luego la razón puede ser la necesidad de hacer un trabajo especial, practicar un deporte, juntarse con amigos en un café, ir a misa, y en cualquiera de estos casos estaríamos ante la presencia de distintas cadenas de sentido.
Esto significa que estamos aquí ante la siguiente dificultad: ¿si acaso el individuo, cada uno de nosotros no tiende a quedar disperso en múltiples cadenas de sentido? En efecto, hay cadenas de sentido que se vinculan con la familia, con el deporte que eventualmente practicamos, con ciertos amigos con los que nos reunimos periódicamente, y además, con una fe religiosa que anima a alguien en todo lo que hace.
            Ello hace nuevamente visible la interrelación interna de cada uno de los tipos de fuentes del sentido, como de un tipo con otro. La fuerza de la vida, con sus variados derroteros, sus altibajos, está del lado de las fuentes ocasionales y persistentes, mas como miembros de una comunidad, como ciudadanos del mundo, las fuentes que nos conforman como individuos reciben su orientación de las fuentes durables o permanentes.
Pero, podemos además estar determinados por cadenas de sentido de tal índole que amenazan con generar un quiebre o una desarmonía en aquella cadena que se vincula con las  fuentes que se han vuelto persistentes del sentido. Por ejemplo, resulta que los asuntos económicos marchan mal y estamos concientes de que si esto no se corrige, llegaremos a una situación insostenible ¿Qué tal si otra de las cadenas de sentido guarda relación con cierta droga que nos mantiene en pie y con aplomo, a pesar de todas las dificultades que enfrentamos? ¿Qué tal si hay incluso otra cadena de sentido que se vincula con el hecho de que tenemos una amante desde hace algunos años y de la que estoy hasta tal punto enamorado que ya no tengo claro como seguir con mi actual esposa?
            Pues bien, las anteriores consideraciones nos hacen caer en cuenta de que las cadenas de sentido que nos determinan no solamente son múltiples, diversas y variadas, sino incluso contrarias a cierta cadena primordial que nos determina, como puede ser la que atañe a la formación de una familia. Como seres humanos solemos estar pues ante cadenas que no solamente se entrecruzan, sino que se contrarían entre sí, y no encontramos la manera en que pudieran encontrarse en cierta armonía.
Para Weischedel, como ya hemos visto, así como hay vivencias de plenitud de sentido (el amor, la creatividad, el éxito, y otras), hay también situaciones amenazantes de sentido. Sucede, según nos dice él, que “/... /en este mundo de la satisfecha posesión-de sentido [Sinnhaftigkeit] irrumpe a cada rato el sin-sentido” (DGDPH, p. 173), a través de frustraciones amorosas, problemas económicos, etc.
Es más, Weischedel reconoce en este contexto una esencial “des-armonía” (“Unstimmigkeit”) del ser (cfr. DGDPH, pág. 190), Y junto con ello, la experiencia del «fracasar» (Misslingen). En el siguiente pasaje se ve cómo de la vivencia de una desarmonía personal llegamos a la intuición de una desarmonía del ser:
«Como primer ejemplo, seamos conducidos a la experiencia que hacemos cuando algo le fracasa a uno: en la relación con los otros humanos, en el trabajo, en cualquier quehacer que nos hayamos propuesto. Esta experiencia singular puede pasar sin dejar mayores huellas. Pero, puede también ocurrir que de pie a preguntas e intuiciones más radicales. Se descubre entonces que si a uno le fracasó algo, o incluso tenía que fracasarle, entonces hay algo que patentemente es disarmónico en nosotros. De este acontecer se sabe entonces: con la propia existencia hay algo que no está en orden. Supuestamente desde siempre no está la propia existencia en orden, aunque no lo hubiésemos tenido claro. Así nos topamos con una desarmonía fundamental en la existencia. /... / Se puede ir un paso más allá en la reflexión sobre esta experiencia. La desarmonía, que hasta aquí se ha interpretado, se refiere al actuar en el mundo. Lo que entonces no está propiamente en orden es el estar insertos en el mundo, el ser-en-el mundo. Pero, si éste se muestra disarmónico, entonces manifiestamente también el mundo, en el cual uno se encuentra. La desarmonía toca así no sólo a la existencia individual del hombre, sino que también, y preferentemente, a su estar asentado en lo ente en total, y con ello, a este mismo ente en total» (cfr. DGDPH, p. 189-190, tr.m.).
          Naturalmente podría tratarse aquí de una mera extrapolación de la desarmonía individual a una desarmonía del ser, pero, se supone, al mismo tiempo, que en verdad lo que está en juego es más bien una experiencia filosófica de lo disarmónico que, partiendo de lo individual, llega a intuir una desarmonía del ser (que atañe a la relación del hombre con el mundo, y como ella está siempre quebrada). En comparación con ello, cabe recordar que para Karl Jaspers el mundo está siempre en ruinas; siempre y a lo largo de toda la historia hay en él desolación, explotación, crimen, violencia, guerra, hambre, y otros flagelos. Y así como el mundo no ha estado y seguramente no estará jamás en orden, algo similar ocurre en cada individuo, más allá de ese estado que Weischedel califica como de engañosa “satisfecha posesión-de-sentido” en el que habitualmente nos encontramos.
Sin duda en lo que más se refleja esto que llama Weischedel engañosa “satisfecha posesión-de-sentido” es en cuanto a que si el sentido remite siempre a lo más universal, en el tope de esas cadenas que se generan no está para nada claro que lleguemos a una instancia máximamente universal, donde encontraríamos un sentido último y absoluto. Lo que hay allí en ese extremo de todas las cadenas de sentido (ya lo adelantábamos) es simplemente algo que Weischedel denomina “desde dónde”.
En este planteamiento se muestra un distanciamiento respecto de toda metafísica que pretenda que hay un sentido absoluto, una suerte de fundamento absoluto o de razón suficiente suprema donde está no solamente la explicación de todo, de cuanto acontece, sino además donde todo encuentra armoniosamente su justificación, su razón de ser y precisamente su sentido.
Para Weischedel es también el desde-donde el que nos obliga a traer todo lo que es y todo lo que acontece bajo un signo de interrogación, es decir todo aquello tiene que ingresar en el ámbito de una pregunta de tal alcance que no deja nada fuera. Tomando de Martin Heidegger la idea de preguntabilidad (Fraglichkeit), puede decir Weischedel: “El hombre es /... /el ente puesto en la preguntabilidad” (DGDPH, p. 199), lo cual se condice con el planteamiento heideggeriano de que es el ser el que pone al hombre en la situación de hacerse la pregunta por él mismo.
El hacer la experiencia de la preguntabilidad supone también un tras-cendere, un trascender que parte de las preguntas que nos hacemos respecto de las cosas más cercanas hasta la pregunta de alcance inconmensurable acerca del ser simplemente y que entonces no deja nada fuera. Weischedel: "Las experiencias de lo singularmente preguntable apuntan más allá de sí, vale decir /.../ hasta la experiencia extrema de la preguntabilidad radical” (DGDPH, p. 194).
Si quisiéramos darle otra formulación expresa a esa pregunta, que al mismo tiempo es la pregunta filosófica por excelencia, podríamos decir con Leibniz: “¿Por qué es el ser que no más bien la nada?” Mas, si ponemos el ejemplo de la pregunta formulada por Leibniz, en ello se muestra a todas luces el distanciamiento de Weischedel no solamente de Leibniz, sino de la metafísica tradicional. Resulta que Leibniz contesta esa pregunta, diciendo: “Porque Dios es”, dando en el blanco con ello a la vez en un supuesto sentido absoluto, mas para Weischedel se trata de permanecer en lo que abre la pregunta y decir simplemente que hay un desde-dónde todo podría tener como no tener sentido.








[1] Conferencia dictada en la Universidad de Concepción en septiembre, 2004.
[2] Cfr. Weischedel, Der Gott der Philosophen. Grundlegund einer philosophischen Theologie im Zeitalter des Nihilismus (El dios de los filósofos. Fundamentación de una filosofía teológica en la era del nihilismo), Edit. Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1983. Vol. 2. En lo sucesivo: ‘DGDPH’. / Deleuze, Lógica del sentido, trad. de Miguel Morey, Ediciones Paidos, Bs. As., 1989. / Foucault, Las palabras y las cosas, trad. de Elsa Cecilia Frost, Siglo Veintiuno Editores, México 1989.
[3] Cfr. Caillois, Los juegos y los hombres, trad. de Jorge Ferreiro, FCE, México, 1967.
[4] Georges Bataille, El erotismo, trad. de Antoni Vincens, Tusquets Editores, Barcelona, 1992.
[5] Heidegger, La proposición del fundamento, trad. de Félix Duque y Jorge Pérez de Tudela , Edic. del Serbal‑Guitard, Barcelona, 1991, p.206. / Ed. al.: Der Satz vom Grund, Edit. Neske, Pfullingen, 1971. / Otra trad.: El principio de razón; en ¿Qué es filosofía?, trad. de José Luis Molinuevo, Editorial Narcea, Madrid, 1978.